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Todas las canciones hablan de mí


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En mi caso, son todas las películas -y no las canciones- las que hablan de mí. Por eso llevo tantos años escribiendo sobre ellas, casi a diario, aunque a veces -esto tengo que reconocerlo- la conexión entre mi vida y las andanzas de los personajes sea más bien forzada, o inexistente. Pero esto nació como un ejercicio autoimpuesto, una terapia de escritura, y siempre me dije que cuando tuviera tiempo de verdad -extenso, libérrimo, de estar casi encerrado en un castillo como don Michel de Montaigne- me pondría a escribir una novela indecente, o una autobiografía cachonda, con todo lo aprendido en el oficio. El sueño literario, pero tardío, de un adolescente con canas en medio cuerpo...  Y ahora que, sin  haberlo buscado, dispongo de todo el tiempo del mundo, a mogollón, tío, aunque sea por circunstancias tan poco festivas como éstas, lo que sigo haciendo es ver películas que hablan de mí - o que yo fuerzo un poco a que hablen de mí-, y luego vengo al diario a escribir sobre mi ombligo, en ellas, o sobre ellas, en mi ombligo, sin  poder salir del bucle, al mismo tiempo acomodado y enfadado con mi confort monotemático.



    Sólo me pasa con las películas, eso de sentirme aludido, e interpelado, como si unas manos salieran de la tele para zarandearme y decirme: ¡Eres tú, gilipollas, se trata de ti, y de tu vida…!-, pero no me pasa tanto con las canciones, porque me quedó el trauma, la desgana, el oído poco atento desde la adolescencia, cuando amorrado a "Los 40 Principales" no entendía ni pajolera palabra de inglés al escuchar la canción que me molaba -más allá, claro, del “Ai lof yu”, y del “Ai mis yu”, que eran los dos leitmotivs más habituales. Y porque además, de la música española, no sé si por postureo o por antipatriotismo precoz, huí rápidamente para refugiarme en los cantautores que eran más poetas que cantantes, pero que no hablaban de mi mundo, sino de otro muy fantástico, de entusiasmos y fracasos muy viriles, siempre presumiendo en sus letras  de lo fácil que era ligar y conquistar a las mujeres, que para un estudiante de los Maristas, con gafas, acné y diez exámenes que superar cada día, era como si le hablaran a uno del cielo de los musulmanes.

    No: definitivamente lo mío son las películas. Es más: estoy hecho de películas. Soy un puzle construido con 10.000 piezas que vi, que reví, que compré, que repudié o que olvidé. Hablo constantemente de ellas, y hablo como si estuviera metido en una de ellas, alienado de la realidad por cobardía, o por necesidad. La vida me ha ido forjando el tronco y las ramas, pero las hojas, los colores, la vida mustia del invierno o la más alegre de la primavera, la pintan ellas.



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