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The chaser

🌟🌟🌟

Si buscas su nombre en una web se llama Na Hong-jin; si lo buscas en otra, Hong-jin Na. Da igual. No quiero volverme loco con esta patronímica indescifrable de los coreanos. Bastante tuve con su compatriota Park Chan-wook, el autor de la Trilogía de la Venganza. ¿O era de la Venganza de-la-Trilogía?

Hong, que así le dicen los amigos, y los occidentales que vamos con algo de  prisa, es un director que ha parido un par de thrillers cojonudos. Hace unos meses, en lo más crudo del crudo invierno, descubrí por casualidad esa película de persecuciones imposibles y hostiazos como panes que es The Yellow Sea. Los canales de pago, por ser de pago, a veces te regalan estas sorpresas insospechadas, subtituladas, ininterrumpidas por la publicidad. Peliculones que hay que entresacar con sumo cuidado de la basura habitual. 

Hoy, en el declive de los calores, en el regustín de los primeros fríos que ya demandan zapatillas de felpa para arrellanarse en el sofá, me reencuentro con el bueno de Hong para ver su anterior película, The chaser. Cuenta la extenuante aventura de un proxeneta al que un psicópata de Seúl va asesinando lo más granado de sus prostitutas, jodiéndole el negocio, y el orgullo de hombre protector. Otra más de psicópatas, dirá alguno con fastidio. Pues sí. Y le entiendo perfectamente. Vivimos sobresaturados de asesinos en serie. Si me tomara la molestia de contarlas, me saldrían una docena de ficciones recientes con un criminal de marras haciendo de las suyas, lo mismo en la tele que en la gran pantalla. Pero éste psicópata de The chaser es un asesino coreano, y tiene su propia idiosincrasia, y su propio modus operandi, distinto al estereotipo yanqui que ya nos sabemos de memoria. Y uno, ante la novedad criminal, se deja llevar por el ritmo trepidante, y agota los minutos sin casi mirar el reloj, embobado por el juego de adivinar quién es quién en esta sucesión de mujeres idénticas y hombres clonados.

¿El colmo de los colmos? Que un detective, en el corazón de Seúl, vaya mostrando el carnet de identidad de un sospechoso coreano.
- ¿Conoce usted a este hombre? 
- A ver... Pelo negro, piel blanca, pómulos sobresalientes, ojos rasgados que casi ni se ven... No me suena, la verdad. Lo siento.





   
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The Yellow Sea

🌟🌟🌟

Noto que me estoy haciendo un espectador viejo y anquilosado. Que vivo desconectado -a veces queriendo, a veces sin querer- de las nueva tendencias de los jóvenes. Mucho de lo que descubren es tiempo que uno lleva bien ahorrado, y bien empleado en repasar los clásicos de siempre. Pero hay que reconocer que a veces encuentran una veta  que produce mineral valioso y exportable. Fueron ellos quienes me pusieron en la pista, hace unas semanas, de Nicolas Winding Refn y su ópera prima Pusher. Y an sido ellos, también, los que han dirigido mis achacosos pasos hacia la ignota Corea del Sur, tierra de comedores de perros y de estudiantes ejemplares, para descubrir esta locura de mafiosos armados con hachas y cuchillos que es The Yellow Sea. Viene a ser como una película de Martin Scorsese, lisérgica y trepidante, solo que aquí, en Corea, por razones culturales o legales que uno desconoce, nadie va armado con una pistola, y la sangre no chorrea de los orificios abiertos por las balas, sino que mana de los tajazos bestiales que se arrean con las armas blancas.

Se llama Na Hong-jin, el director de la función. Sé que su nombre, tan propio de un lateral izquierdo de la selección surcoreana, jamás arraigará en mi memoria. Tendré que apuntarlo en las agendas, y echarle uno ojo de vez en cuando, para no perderlo en la maraña de otros directores surcoreanos también muy recomendados, Bong Joon-ho, el lateral derecho, o Park Chan-wook, el media punta habilidoso. Prometen emociones fuertes, estos muchachos del nombre trifásico e intercambiable. Si The Yellow Sea es la medida canónica de su cine, dentro de unos días, cuando se calmen las aguas, y vuelva a rastrear las aguas con mi velero pirata, llenaré mis bodegas con este tesoro de los mares orientales. Vienen muy recomendadas, estas especias medicinales, para pasar el mal trago de las noches cerradas y lastimeras, donde uno sólo pide, y se conforma, con un par de peleas bien trajinadas, y cuatro trompazos bien fingidos, como antañe, en la infancia, entretenía sus amarguras con las hostiazas que arreaba Bud Spencer, el ídolo grasiento y bonachón. 





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