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Tasio

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En la película Tasio- que es más bien un National Geographic sobre el vasco indómito del siglo XX- Anastasio nace, crece, se reproduce, y finalmente, suponemos, porque ese trance vital no se narra, o porque ciertamente es un espíritu inmortal de los montes, muere. Para ganarse la vida, Tasio lo mismo fabrica carbón vegetal que se dedica a la caza furtiva, o que cultiva un huerto, o que ordeña a las vacas. Este tipo es un todoterreno sin motor, allá en la Sierra de Urbasa. Ningún arte de la supervivencia le es ajeno. Inmerso en la guerra nuclear que Jrushchov y los Kennedy evitaron en el último instante, él hubiera sido uno de los pocos en salvarse. Un hombre que es capaz de tejer sus propias ropas, y de construir su propia casa, y de encontrar comida bajo las piedras, encabezaría, sin duda, una partida de supervivientes al estilo Mad Max, armado de boina y de escopeta recortada, defendiendo el valle de las agresiones externas, vecinales o castellanas, eso ya daría lo mismo, en la disolución definitiva de las fronteras...

Viendo Tasio he recordado a aquel personaje de Las partículas elementales, Bruno, que se lamentaba de su básica inutilidad, de su desarraigo de las labores primarias. Hace años, cuando leí la novela, y me vi reflejado punto por punto en sus lamentos, transcribí su pensamientos para reflexionar sobre ellos en el futuro. Aquí los tengo, desempolvados y pasados por el corrector. Michel Houellebecq se encarga hoy de rellenar mi folio diario de cada día. Bruno es el reverso moderno de Tasio, la otra cara de la moneda humana. El paleto urbano que ya no se ríe del palurdo rural:

- No sirvo para nada -dijo Bruno con resignación-. Soy incapaz hasta de criar cerdos. No tengo ni idea de cómo se hacen las salchichas, los tenedores o los teléfonos portátiles. Soy incapaz de producir cualquiera de los objetos que me rodean, los que uso o los que me como; ni siquiera soy capaz de entender su proceso de producción. Si la industria se bloqueara, si desaparecieran los ingenieros y los técnicos especializados, yo sería incapaz de volver a poner en marcha una sola rueda. Estoy fuera del complejo económico-industrial, y ni siquiera podría asegurar mi propia supervivencia: no sabría alimentarme, vestirme o protegerme de la intemperie; mis competencias técnicas son ligeramente inferiores a las del hombre de Neanderthal. Dependo por completo de la sociedad que me rodea, pero yo soy para ella poco menos que inútil; todo lo que sé hacer es producir dudosos comentarios sobre objetos culturales anticuados. 



    
         
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