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Oldboy

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Oldboy es la segunda película de Park Chan Wook -¿o era Chan Wook Park?- dedicada al tema de la venganza sanguinolenta. Seguimos con los cuchillos, con los punzones, con los trozos de cristal incluso, que ponen los suelos y los gotelés perdidos de hemoglobina coreana, al parecer más profusa que la nuestra, como más viva, como más alegre en su escabullir. Allí se ganan el sueldo con creces las señoras de la limpieza.... Me río yo de los empleados municipales que limpian la Tomatina de Buñol... Allí les quisiera yo ver, como en aquel programa de Rosa María Sardá, en el muy extremo Oriente, limpiando una matanza de éstas, que ni sabes por dónde empezar con la sangre, los sesos, los escupitajos que los combatientes se intercambian antes de la pelea, como capitanes del fútbol regalándose los banderines.


            Si Sympathy For Mr. Vengeance aún poseía visos de verosimilitud, Oldboy ya es directamente una historia delirante, una tragedia griega escrita por el ateniense Park Chan Wookopulos, que hace dos mil años se perdió en una tormenta y desembarcó con su birreme en Seúl para fundar una colonia jónica. O corintia, no sé. Oldboy no llega a los enredos hiperbólicos de los culebrones sudamericanos, pero casi. No parece, sin embargo, que a su director le importe mucho esta cuestión. Lo suyo es la fuerza de las imágenes, la explosión de las violencias, el colorido oscuro y sucio de las almas que se retuercen. El guión que le suministran casi parece una excusa: un lienzo en blanco donde poder soltar los brochazos poderosos, y dibujar, de vez en cuando, a fino pincel, la belleza alabastrina de estas actrices coreanas que el tipo elige con tanto gusto. Tan hermosas, y tan pequeñas, y tan frágiles, como maniquíes de una casa de muñecas. Como florecillas de la primavera. 




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Sympathy for Mr. Vengeance

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De aquel futbolista coreano que jugó tantos años en el Manchester United nunca llegamos a saber si se llamaba Park Ji Sung, o Ji Sung Park. El orden de los factores no alteraba el producto, y cada comentarista, y cada aficionado, lo llamaba como mejor le parecía. Ni siquiera sabíamos cuál era el nombre y cuál el apellido, o si en Corea, tan alejada de Occidente, se aplicaban estas reglas de la antroponimia occidental. 

Con el director coreano de Sympathy For Mr. Vengeance -tan laureado en los festivales, tan vitoreado por los jóvenes, que celebran alucinados sus excesos sangrientos- ocurre tres cuartos de lo mismo. Park Chan Wook, que así se llama el sujeto, a veces es citado como Chan Wook Park, y a veces, también, como Chan-wook Park, introduciendo un guion y eliminando una mayúscula que los coreanos ni se plantean, pues ellos escriben con signos muy raros, y  nuestras cábalas gramaticales les importan un comino. No hago más que recordar ese viejo chiste que explicaba cómo eligen los chinos el nombre de sus hijos: arrojando una lata al suelo y anotando el sonido de los tres primeros rebotes. Clank, Pong, Chan...

Esto de los nombres coreanos es un juego de niños en comparación con el lío monumental que supone diferenciar el rostro de sus actores. Yo mismo, durante varios minutos de Sympathy For Mr. Vengeance, he caminado absolutamente perdido por las aceras de Seúl, soñando una pesadilla de tipos bajitos y morenos que se repetían una y otra vez, confundiendo a víctimas con verdugos, a vengadores con vengados, a protagonistas con fulanos que pasaban por allí. Menos mal que Chan Wook Park -¿o es Wook Park Chan?- es un director inteligente, de proyección internacional, que conoce estas deficiencias cognitivas de los occidentales, y se toma la molestia de pintar el cabello del protagonista de color verde, y de colocar, en el papel de su amante, a una actriz bellísima llamada Doona Bae, quintaesencia de la hermosura oriental, pequeña, delicada, de pechos semiesféricamente perfectos, abrasadora en la mirada, encantadora en la sonrisa. 

Sólo así he logrado comprender esta historia de venganzas que se suceden en un ciclo sin fin, a cuchillada limpia, a punzón en la carótida, a machetazo salvaje que cercena la cabeza de un tajo. Poesía brutal, o salvajismo lírico, no sé. Cosas de coreanos, muy entretenidas, y un pelín ajenas.




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