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Suspiros de España (y Portugal)

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Fray Clemente y fray Liborio son dos monjes que han perdido la vocación, y que además se han quedado solos en el monasterio, una vez muerto el abad. Sin ninguna razón que los ate ya a la vida consagrada, se lanzarán a vivir la vida de los civiles, de la España moderna, allá en extramuros. Fray Liborio -Juan Luis Galiardo- es un tipo leído y de amplios saberes, mientras que Fray Clemente -Juan Echanove- es un tontalán con las meninges algo lentas, y demasiado altas en calorías. Tan parecidos a don Quijote y a Sancho Panza, que ambos saldrán en busca de una ínsula Barataria que poder gobernar, en este caso una dehesa extremeña sobre la que fray Clemente posee legítimos derechos de herencia.

Los ahora rebautizados como Pepe y Juan recorrerán las mesetas desfaciendo entuertos, salvando damiselas y sorteando contratiempos con picarescas que ellos mismos se perdonan con santiguos y latinajos. Lo más divertido -y también lo más hiriente- de Suspiros de España (y Portugal) es comprobar que la España de Cervantes y la España de la Unión Europea no se diferencian gran cosa. Si cambiamos a Rocinante y al rucio por la furgoneta del pescado, y los caminos polvorientos por las carreteras asfaltadas del MOPU, todo sigue más o menos como estaba. Los curas, los militares y los jueces -las gentes de mal vivir, que decía el dibujante Ivá- siguen gobernando este país como si fuera su cortijo particular, y sólo nos lo dejaran de vez en cuando en régimen de alquiler. Cuando se van de vacaciones, o se despistan con la propaganda. Hasta un rey con belfo seguimos teniendo, aunque ya no pertenezca a los Habsburgo de Austria, sino a los Borbones de Francia.

Rafael Azcona y José Luis García Sánchez, en plena fiebre post-europea y post-olímpica, no se dejaron engatusar por los cánticos de la modernidad, y rodaron esta película para recordarnos que España sigue siendo un país medieval y esperpéntico, y que las academias de inglés, las becas Erasmus y los triunfos deportivos sólo son el barniz de un mueble muy viejo y desgastado. Que llevamos siglos de retraso respecto a los países civilizados, desde los tiempos de la Contrarreforma, y que seguramente necesitaremos otros tantos para recuperar el tiempo perdido. 

Mientras tanto, para entretener la espera, bien está que nos saquen a Neus Asensi en la flor de su edad, y de su hermosura.


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