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Submarine es de esas películas que terminas viendo y
disfrutando aunque su sinopsis te tire para atrás: adolescente pajilllero en
busca de novia que se deje sobar las tetas y quizá algo más; poeta frustrado de
la existencia urbana, cero a la izquierda en el escalafón de los tipos
deseables. Un buen chico en realidad, retraído, timorato, con intuiciones
geniales sobre la vida que va alternando con cagadas monumentales, tan propias
de la edad, y tan propias, también, de la incompetencia básica que ya nunca le abandonará. Un retrato, en definitiva, de la vida de cualquier cuarentón
de ahora mismo, porque nosotros tampoco nos comíamos una rosca, y también escribíamos
nuestra poesía ridícula en los cuadernos del colegio. También anhelábamos
entender el mundo hasta que el mundo decidió desentenderse de nosotros. Submarine es
un recuerdo de nuestro pasado poco glorioso. Un viaje poco gratificante a
nuestra adolescencia aún no superada. Una comedia amarga que te amarga, aún
más, la puta noche.