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Requisitos para ser una persona normal

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Requisitos para ser una persona normal, según María de las Montañas:

Trabajo.
Soy un privilegiado. Maestro. Funcionario de la Junta de Castilla y León. A los que mandan yo no les voto, pero me pagan catorce veces al año porque no saben nada de mi sedición. El IPC me saca varios cuerpos de distancia, pero tengo las deudas pagadas, el frigorífico abastecido, y la cuenta de Amazon bien engrasada. No puedo quejarme. Soy, además, de los que prefiere el tiempo al oro, como cantaba Serrat. Y tiempo tengo mucho, incluso demasiado. A veces preferiría que el trabajo me absorbiera, me dejara sin horas para pensar. Por cierto: los maestros no tenemos tres meses de vacaciones en verano, sino dos. Somos envidiables, sí, pero la carcoma del oficio nos roe por dentro. Nos deprimimos, enfermamos, soñamos con jubilaciones mucho antes de que suene la campana.

Casa
Vivo de alquiler. En una casa coqueta, silenciosa, al borde justo de la civilización. A doscientos pasos del campo y del monte. Se parece a las casas que dibujábamos de niños, con su puerta básica, sus dos ventanas, su chimenea humeante en invierno… Puedo elegir entre perderme entre la gente o perderme entre los pájaros. Sólo hay que torcer a un lado o a otro, al llegar a la encrucijada. Hay mañanas en que mi perrete y yo nos cruzamos con corzos que bajan a abrevar, o a alimentarse, entre la neblina. Sé que estoy tirando el dinero, pero aquí los vendedores están todos locos, subidos a la parra, y como ya he dicho antes, tengo más tiempo que oro, más vida que ahorros.

Pareja
Soy muy discreto.



Aficiones
Antes leía más. Mucho más. Veo una película al día para que este blog no pase hambre, pobrecito. También veo deportes en la tele, demasiados, y lo hago como un macho ibérico cualquiera, con una mano en los testículos y otra manejando el mando a distancia. La imagen es lamentable, lo sé. Doy largas caminatas con Eddie, que es un perro fiel pero asilvestrado. Enseño los rudimentos del fútbol a un equipo de guerrilleros federados. Somos muy de barrio, humildes, pero orgullosos.

Vida social
Arreglo el mundo con los amigos, con soluciones cojonudas que sólo afloran a la conciencia tras la segunda caña bien cargada. La tercera, infrecuente y peligrosa, ya nos conduce directamente al desbarre... Como vivo en la otra mitad de la provincia, pero me gusta mucho el fútbol, soy socio del equipo rival. Mis amigos lo saben, y me dan palmaditas en la espalda cuando se levantan a celebrar sus goles. Reina el buen rollo.

Vida familiar
Una vez estuve casado. Otra casi me casé. Tengo un hijo que es el mejor del mundo, por supuesto. Vive en La Coruña, emancipado con mi dinero, afanoso y feliz. De su felicidad depende en gran parte la mía. Tengo una hermana que no nació en el Mediterráneo, como Serrat, pero que lleva años atendiendo alemanes a su orilla. Con ella, en Navidad, viene a la Península un cuñado ajeno al cuñadismo, y dos sobrinos tan revoltosos como achuchables.
Aún tengo madre en el lugar donde nací. León es la excusa para visitarla; visitarla es la excusa para regresar a León.

Ser feliz
Decir que uno es feliz siempre es una osadía; decir que uno es infeliz, un lamento improcedente.



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Remake

🌟🌟🌟

En su novela Ampliación del campo de batalla, Michel Houellebecq explicaba que el liberalismo no sólo ha resultado nocivo en el terreno económico, haciendo a los ricos más ricos y a los pobres más pobres. También en lo sexual ha terminado por ser una catástrofe humanitaria. Una conquista muy cuestionable. 

Del mismo modo que en las economías planificadas todo el mundo encontraba su puesto de trabajo, y vivía humildemente pero con dignidad, en las vidas sexuales que planificaba la costumbre o el temor de Dios todo el mundo encontraba su matrimonio, o su cama de acogida, y follaba cuando llegaba el sábado sabadete o alguna fiesta de guardar. Luego estaban los insatisfechos, los rebeldes, los hippies como estos de la película Remake, que vuelven a reunirse veinte años después en la masía donde antaño follaron a lo grande, a veces en parejas y a veces todos reunidos, como en los juegos Geyper. Fueron ellos, los excesivos, los vanguardistas, los que no vivían contentos con la monogamia ancestral, los que enarbolaron la bandera de la libertad sexual pensando que cambiaban el mundo para mejor. Pero se equivocaron. Con su ejemplo y con su tesón, crearon una jungla sexual que ha devenido hambre y escasez: un laissez faire de las camas donde un puñado de guapos y guapas se ponen las botas cada fin de semana y una mayoría de feos e insulsas, de tímidos e infortunadas, han de refugiarse en la masturbación y en la soledad.

    En Remake, en esa masía montañesa que conoció tiempos mejores y cuerpos mejores, los exhippies tienen que escuchar, boquiabiertos, los reproches de sus hijos. No es sólo que su generación, maltratada por el socialismo humillado, tenga que sobrevivir con empleos de mierda, malpagados, sin futuro a la vista; es que además, gracias a sus padres tan enrollados, ahora follan poco, o nada, o a destiempo. A estos hijos del liberalismo económico y de la apertura sexual la vida se les ha vuelto incierta, azarosa, deprimente. Una angustia, más que una experiencia. Tienen casi treinta años y lo único que tienen es libertad. Pero la libertad sólo es cojonuda si va acompañada de dones naturales: de belleza, de talento, de falta de escrúpulos. Sólo así, con este armamento tan caro, se puede salir al mundo a elegir, a optar, a abrirse camino. Sin esas suertes, la libertad sólo es una llave que no abre ninguna puerta; una antorcha que alumbra caminos erráticos; un juguete que dispara esperanzas de fogueo. 



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