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¿Qué pasa con Bob?

🌟🌟🌟🌟

Mayra Gómez Kemp: ¡Qué suerte ha tenido nuestra pareja de cinéfilos! Por veinticinco pesetas: títulos de películas de Bill Murray que permanezcan en el recuerdo. Como por ejemplo, “Los cazafantasmas”. Un, dos, tres, responda otra vez...

Maromo: Los cazafantasmas.

Maroma: El pelotón chiflado.

Maromo (tras mirar a su pareja alarmado y luego aliviado): Atrapado en el tiempo.

Maroma: Lost in translation.

Maromo: Broken flowers.

Maroma: Life aquatic.

Maromo: El día de la marmota...


(sonido horrísono de campanas y bocinas)


La más alta de las hermanas Hurtado:

No entiendo ni torta:

“Atrapado en el tiempo”

es igual que la marmota.


(Risas entre el público, jaleadas por el regidor)


Mayra (de pronto poseída por el espíritu maligno de los ripios):

No lo entiende ni Dios:

que siendo tan buena 

de risas a go-gó

con un loco inteligente

y un psiquiatra so cabrón,

ya no quede apenas nadie

ni siquiera culturón

que recuerde las andanzas

del zopenco de don Bob


(más risas forzadas entre el público)


Mayra (ya recompuesta de su trance): ¡Ay, qué pena! Mira que había películas de Bill Murray para recordar y habéis dicho dos veces la misma... (Y de pronto, poseída esta vez por un demonio iracundo): ¿Se puede saber qué hostias os pasa a todos con “¿Qué pasa con Bob?”? ¿No les parece suficientemente buena a los señoritos? No lo entiendo...


(Pausa repentina para la publicidad)


Mayra (ya de regreso, como si tal cosa): Dinos, Maika: ¿cómo ha ido el recuento de respuestas?

Maika, la azafata buenorra: Pues han sido 6 respuestas acertadas, a 25 pesetas cada una... (teclea en su calculadora Casio) ¡150 pesetas!

Mayra: ¡Un aplauso para nuestros concursantes de Teruel, tonto ella y tonto él!




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El presidente y Miss Wade

🌟🌟🌟🌟


La crónica oficial del noviazgo entre el príncipe Felipe y Leticia Ortiz dice, más o menos, que Felipe la vio un día presentando el telediario de La 1 -y que conste que yo me enamoré de ella primero, cuando presentaba el informativo de la CNN- y que se dijo a sí mismo: “Majestad, esa mujer, para usted”. Lo demás fue coser y cantar: llamó a Pedro Erquicia, organizaron un sarao en su apartamento y allí, entre las risas y las copas, mientras sonaba la música y se repartían los canapés, Felipe se acercó a Leticia para preguntarle si algún día le molaría ser la reina de España.

Las crónicas del Reino no cuentan si Leticia tuvo dudas, si se vio abrumada por tan alto ofrecimiento. Es como si nos insinuaran que ninguna mujer podría resistirse. ¿Qué mujer iba a decirle que no a un tío tan guapo, tan alto, con los ojos azules, con el futuro resuelto, dueño de un chalet incomparable en las afueras de Madrid? Decía Jerry Seinfeld que a los hombres no nos importa el trabajo de las mujeres siempre que sean guapas, y estén  predispuestas, pero que a las mujeres sí les importa mucho el nuestro, y que por eso nos inventamos nombres rimbombantes para adornarlo, tecnicismos y polladas. Y Felipe -que en la versión corta ya era el príncipe de España- con la versión larga de títulos y soberanías las dejaba patidifusas.

En la película de hoy se produce un hecho parecido: el presidente Shepherd es un hombre encantador, guapo y progresista, con unas canas la mar de interesantes, muy parecido -pero mucho- al actor Michael Douglas, y cuando conoce a Annette Bening en una reunión de trabajo tarda dos segundos en decirse a sí mismo, como el príncipe Felipe: “Ésta, señor presidente, para usted”. Finalizada la reunión llama al FBI, averigua su número de teléfono y le basta con soltar un par de gracietas para conquistarla. El proceso es tan fulminante que apenas ocupa diez minutos en el metraje. El resto son líos y recursos dramáticos. Pero yo me pregunto, todo el rato, si Annette se enamora del hombre o del presidente. Si se enamoraría del señor Shepherd si éste, con las mismas cualidades, y la misma bonhomía, fuera el kiosquero de su barrio.



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Cómo se hizo "Encuentros en la tercera fase"

🌟🌟🌟


No suelo detenerme en los makings off de las películas porque me destripan los trucos, y yo quiero ser un niño boquiabierto, y crédulo, que se traga las películas como si todo fuera de verdad, y no ilusionismo de maquetas, y literatura de guionistas. Prefiero vivir en la inopia, o en Inopia, que también tiene nombre de planeta extrasolar.

Lo que pasa es que tengo muchos DVD que vienen con disco doble, el de la peli y el de los extras, y como me costaron buen dinero en las Rebajas de El Corte Inglés, me duele pagar un pastizal por un producto que no voy a ver.  Así que lo veo, o al menos le echo un vistazo: ese disco número 2, o disco bonus, o disco “special edition”, donde vienen los artistas alabándose los unos a los otros, y los tipos de producción contando cómo construyeron los decorados o buscaron los vestidos de la época. Un rollo patatero, casi siempre.

Mi DVD de “Encuentros en la tercera fase” también es un disco doble, una estrella binaria como ésa de donde proceden los cabezones del espacio. Y el otro día, mientras me despertaba de la siesta, lo puse en el reproductor a ver qué se cocía, sin grandes esperanzas. Pero hete aquí que el primero que habla es el mismísimo Steven Spielberg, contando que él se creía a pies juntillas el fenómeno de los platillos, y que por eso se embarcó en la película, y que para documentarse sobre los encuentros en la tercera fase contrató al mismísimo inventor de la escala de los encuentros, el doctor Hynek, que incluso hace un pequeño papel en la película.  A ustedes todo esto les puede parecer una petardada, pero a mí, que también tuve mi momento ovni, antes del descreimiento, me deja fascinado.

Lo que más me interesaba, en realidad, era conocer el origen de las cinco notas musicales que servían para la comunicación con los extraterrestres. Lo digo porque es el tono de llamada que tengo puesto en el teléfono móvil, al que ya sólo llaman eso, extraterrestres, y extraterrestras, y gente muy rara en general. John Williams explica que fue pura chiripa musical: probaron tropecientas combinaciones y al final dieron con ese quinteto ya universal e intergaláctico. Ta-ra-riiií-to-tooooó.




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Encuentros en la tercera fase

🌟🌟🌟🌟

Es una pena que los extraterrestres siempre aterricen en Estados Unidos, o en los platós de Tele 5, y no aquí, en La Pedanía, por las viñas o los montes, porque uno se iría gustosamente con ellos, como Richard Dreyfuss en Encuentros en la tercera fase. No hay más que ver la familia que tiene para entender su postura y su fuga. Cualquier planeta es bueno, de Marte para allá, con tal de no oír los gritos del churumbel.

Yo, por mi parte, ya cumplí con la obligación de tener un hijo -para presumir-, de escribir un libro -para esconder- y de plantar varios pinos que no han agarrado bien en la loza. Queda muy poco por hacer, salvo ver los Mundiales de fútbol, y conocer a los nietos algún día.  Que vengan, sí, pero no a mitad de partido, por favor... Las alegrías del sexo, del trabajo, del Real Madrid ganando títulos en Europa, tienen pinta de volverse esquivas o cicateras. The winter is coming a La Pedanía, o al menos el otoño. Al fin llegó, sí, la lluvia amarilla, la misma de Llamazares, que en mi caso es lluvia de canas, cuando voy a la peluquería y contemplo la nevada sobre el delantal. Yo, desde luego, no apostaría mucho dinero por el regreso de los buenos tiempos.

Y luego está el cambio climático, claro, que va a convertirlo todo en un estercolero, y el coronavirus, que a saber tú todavía. Y los gobiernos de la derecha, que me quedan algunos por sufrir, impotente ante la tele... Por qué no marcharse, pues, con los enanos cabezones, esos de la musiquilla, a vivir los últimos años en un planeta diferente, a muchos años-luz de esta decepción interminable. Tal vez allí me espere la plenitud insospechada: un oficio en el que encajar como un guante, un planeta libre de estúpidos, un entorno plagado de bicicletas y no de coches. Un mundo donde los perretes no vivan sólo doce años, sino setenta, como nosotros. Un Paraíso extra-Terrenal donde poder ir desnudo por la vida, y despistado por las calles, sin postureos, sin vergüenzas, indiferentes todos a los fenotipos y a los errores del pasado.


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American Graffiti


🌟🌟🌟🌟

Ahora que el niño duerme, voy a confesar que la mejor película de George Lucas no es La guerra de las galaxias, sino American Graffiti. Porque los cineastas, al igual que los escritores, suelen pergeñar sus mejores obras cuando escriben sobre lo que vivieron, en primera persona, aunque luego lo deformen en aras del drama, y le cambien el nombre a las personas reales. Uno no vivió los años sesenta en California, pero entiende que George Lucas está contando algo muy verdadero, muy personal, en estas aventuras nocturnas de los rapaciños al volante. American Graffiti es el retrato agridulce de su adolescencia, de cuando George rulaba por el villorrio buscando chicas para el magreo, y amigos para la cuchipanda, y hamburguesas para el body. De cuando dejaba atrás la felicidad despreocupada y encaraba la universidad, el futuro, el abismo. 

    Uno no tiene nada en común con estos americanos del rockabilly y los coches de James Dean. Nada salvo el gusto desmedido e insano por las hamburguesas bien grandes y grasientas. Uno creció en otro país, en otra época, casi en otro planeta, con los curas de León, sin coches que conducir, sin chicas que seducir, sin coleguis con los que emborracharse a los diecisiete años. Uno era más parecido a esos panolis que salen en El club de los poetas muertos, tan pulcros, tan estudiosos, tan presionados. Tan inmaduros. Pero uno, con esas salvedades, se reconoce en los personajes de George Lucas: el batiburrillo de hormonas, el miedo a crecer, la conciencia dolorosa del tiempo que se va. Hay temas universales que se comprenden en cualquier tiempo y en cualquier cultura. En esta galaxia y en otras muy lejanas, que luego imaginó George Lucas para convertirnos en frikis de por vida. 




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Tiburón

🌟🌟🌟🌟

Por la noche, en las vísperas todavía libres del colegio, veo con Pitufo Tiburón. Al fin ha caído el bicho... Tiburón llevaba meses entre las candidatas a ser la película compartida del día. Pero por unas cosas o por otras siempre se caía de la elección definitiva. Pitufo sopesaba la carátula mientras yo le contaba las mil maravillas del invento, y al final, invariablemente, se decantaba por otra película. ¿Por qué? Son las cosas de Pitufo...ç

Es la una menos diez de la madrugada cuando Roy Scheider por fin acierta con la botella de aire comprimido. Termina la película y Pitufo me pregunta cómo demonios consiguieron animar el bicho mecánico. Ha quedado fascinado por el truco, sabiendo que casi cuarenta años lo contemplan. Busco en los extras del DVD y aparece un making off que promete ser ilustrativo. Estamos de suerte. Comenzamos a verlo y a los dos minutos busco la duración total del documento: ¡50 minutos!, exclamo. Pero Pitufo no capta la indirecta. Cincuenta minutos, sí, deja caer él con voz lacónica… No mueve ni un músculo para levantarse. Es la una de la madrugada y el making off viene en versión original subtitulada. Hablan los productores, los actores, los expertos que rodaron las secuencias de los tiburones reales. Spielberg cuenta sus ocurrencias durante el rodaje, sus temores, sus depresiones. Todo es interesante, instructivo, el destripamiento pedagógico de una película que se convirtió en  un clásico instantáneo. El fascinante espectáculo de las personas habilidosas y sabias explicando su oficio. 

Pero Pitufo tiene trece años, y vive en el anárquico siglo XXI donde ya ningún niño escucha las explicaciones de los adultos, y todo este rollo de Tiburón y sus manufactureros debería de aburrirle hasta el hastío. Su atención, sin embargo, no decae en ningún momento. A ratos pienso que es un niño excepcional, distinto a los demás en este entorno que nos toca vivir. Luego empiezo a pensar que el making off le está viniendo de perlas para no tener que irse a la cama, en estos últimos días de libertad veraniega. Ya no sabe uno que opinar. ¿Es un niño inteligente, un niño listo, un niño jeta? Preguntarle a él, desde luego, no iba a servir de nada...



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