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Iba a buscar información sobre las muñecas hinchables del año
2022 para compararlas con las del año 1974, que es cuando Azcona y Berlanga
rodaron esta astracanada en la Ciudad del Amor. Pero estoy en una cafetería
pública, con gente que ronda mis espaldas, y la situación resultaría harto
embarazosa. Qué pensarían de mí, los probos ciudadanos, y las rectas
ciudadanas, al verme indagar las prestaciones, los materiales, las anatomías
conseguidas... Modos de uso y de limpieza. Todo por documentarme, claro, por
escribir un artículo decente y profesional. Pero cómo explicárselo, ay, a estas
gentes del Noroeste, tan sencillas pero tan desconfiadas. Porque no estoy en La
Pedanía, pero sí rondando las cercanías, y aquí en el valle todo el mundo se
conoce. Es una endogamia genética o vecinal que te rodea por doquier.
Podría documentarme en casa, en la intimidad de mi celda
libertina, porque además allí tengo el cuarto de baño a mano por si se me descontrola la situación. Pero luego quiero leer, desplomarme en el sillón, abstraerme... Liberarme
de este prurito de la escritura diaria, que es otra comezón del instinto tan
pertinaz como la de los bajos, solo que en los altos. ¿Podría decirse que
escribir es una masturbación del alma? ¿Un desfogue del ardor neuronal, que a
veces quema tanto como el otro? No sé: estas cosas las pones en un blog de alta
alcurnia, o en los diarios de un autor consagrado, y te queda bordado.
Subrayable y todo. Pero las pones en estos textos arrabaleros y quedan más bien
como boutades, como salidas de tono. Provocaciones parecidas a las de “Tamaño
natural”, precisamente, que ya no escandalizan a nadie, salvo a los
escandalizados de nacimiento.
De todos modos, por lo que he leído en algún suplemento
dominical, me da que la muñeca hinchable es otro artefacto que se profetizó
como maravilloso para el siglo XXI y que sigue más o menos como estaba. Como el
coche volador, o como el viaje interplanetario. Una tecnología estancada salvo
los detalles de acabado. Mi teoría es que no se vende porque es un producto
difícilmente disimulable: una vergüenza para esconder en el armario ropero, pero
no en el pliegue de unos calzoncillos.