Mostrando entradas con la etiqueta Pactar con el diablo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Pactar con el diablo. Mostrar todas las entradas

Pactar con el diablo

🌟🌟🌟🌟

Más allá de que la trama da para escribir un verdadero tratado sobre la vanidad y la avaricia, y de que Charlize Theron es una actriz que cuando aparece en pantalla te sulibeya con sus perjúmenes y ya casi no te deja ni respirar, Pactar con el Diablo es una película que siempre me ha gustado mucho porque yo, al Diablo, de existir, siempre me lo he imaginado muy parecido a Al Pacino: pequeño, listo, histriónico, visceral, sumamente persuasivo cuando saca el repertorio de sabidurías. Con esos ojos chispeantes y malignos que a veces subrayan el discurso y a veces lo contradicen, dejándote pasmado... Mira que es feo, y canijo, y contrahecho, mi admirado Al, que lo ves un día caminando por la calle y a lo mejor ni te fijas en él, pero cuando pisa las tablas o los sets de rodaje se transforma en un torbellino que es puro fuego y pura intensidad nacida de algún volcán italiano en erupción.



    El Diablo, de existir, tiene que ser así, como Al Pacino, un tipo normal pero con superpoderes, inmortal a lo sumo, pero no un ángel caído, no una deidad deforme salida de la imaginación de los pintores medievales. El Diablo es un cabroncete, un liante, un pandillero juvenil. Un maleante simpático. No, desde luego, el contrapeso exacto a la bondad de Dios. No su némesis cornamentada al otro lado del tablero. La Creación ya es de por sí bastante chapucera, bastante maligna en sí misma, desequilibrada y hostil, y no hace falta un Dios Malvado que se ponga a torcer renglones o a desatar los huracanes. Al Diablo, de existir, me lo imagino más bien como un supervillano de la Marvel Comics, viviendo en una mansión como la de Al Pacino en la película, o quizá en una nave espacial, geoestacionaria, de la que sube y baja cada cierto tiempo para ir sembrando las tentaciones. Porque el Diablo sólo es eso: un tentador, un tocacojones, un mero intermediario entre nosotros y nuestros instintos. Un provocador, y un facilitador. Nada más. Todos los pecados posibles ya existen en potencia, y él sólo quiere que los convirtamos en acto, y en rebeldía.



Leer más...