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He tardado tres días en curar el dolor de cabeza que me
provocó Coherence. Su enredo de
universos alternativos me dejó las meninges turulatas, y las neuronas en grave
cortocircuito. Para restaurar el sistema no he tomado analgésicos, ni he
repasado las explicaciones del gato de Schrödinger. Simplemente he dejado que
pase el tiempo: dormir mucho, pasear por el monte, renunciar a los acertijos.
Empaparme de fútbol televisado, que es el bálsamo de los menguados, la
escapatoria de los más cortos.
Pero hoy, tentado de nuevo por el demonio del intelecto, he
tirado el tratamiento por la borda. Los designios de internet me han traído
otra película de paradojas temporales, de personajes duplicados, y no he podido
resistirme al desafío. Triangle es una película australiana de mucho intríngulis y mucho susto. Una mezcla
extraña entre Atrapado en el tiempo y
Los cronocrímenes. Me costará otros
tres días de convalecencia mental. O quizá menos, porque Coherence tenía una explicación fundamentada en la física, y uno se quedó traumatizado por su falta de saberes. Triangle,
por el contrario, es una película qure nadie ha entendido muy bien, y eso te quita mucha presión.
Los
contrasentidos de Triangle tienen
muchos agujeros, muchas trampas, y los guionistas recurren a hechos fantasmales
para solucionar las incongruencias, como si usaran parches o tiras de típex. Pero
no nos importa, el chapuceo. El objetivo de Triangle
no es romperte la cabeza, ni humillarte en tu butaca. Aquí lo principal es
entretenerse; aquí la chicha y la sustancia
es contemplar, multiplicada por tres, o quizá por más, en las muchas líneas temporales, la belleza de esta actriz llamada Melissa
George. Ya de dar la castaña con un personaje que reaparece y se reduplica, quién mejor que Melissa, con su camiseta
mojada, con su boca perfecta de labios carnosos y entreabiertos.