Mostrando entradas con la etiqueta Mary Carrillo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Mary Carrillo. Mostrar todas las entradas

Los santos inocentes

🌟🌟🌟🌟

Me encuentro incómodo cuando veo una película fuera de mi cueva. Entre que el culo no encuentra su acomodo, que los ruidos son diferentes, que la tele no tiene las mismas dimensiones, me entra como una pequeña desazón hasta que la trama me atrapa o me da por bostezar, y ya noto la relajación en los músculos de la espalda. Son manías que ya no conocerán el remedio de la edad...

    Pero es raro, esta vez, porque la cueva donde he visto Los santos inocentes es la cueva de mi madre, que también fue la mía siendo yo un osezno, y luego lo otro, lo que viene antes de ser un oso completo, con los pelos y las uñacas. Hemos visto Los santos inocentes porque es una película que nos gusta mucho a los dos, y da para comentar cosas, y soltar exclamaciones, y soltar cuatro hijos de puta a algunos personajes que se lo tienen muy bien merecido. En mi casa siempre se creyó mucho en la lucha de clases, porque las clases existen, vaya que si existen, y Los santos inocentes es como la división de clases elevada al cuadrado, o al cubo. En su trama no sólo hay ricos y pobres,  limpios y sucios, sino seres humanos que casi parecen especies distintas, la una altanera y holgazana, la otra afanosa y arrastrada por los suelos.

    Al terminar la película, cuando ya encendíamos las luces del salón, mi madre ha exclamado lo que exclama casi siempre con estas cosas: “¡Qué poco hemos cambiado!”, y yo le he dicho que hombre, mujer, no jodas, que estas humillaciones ya no se ven ni en las dehesas de Extremadura. Porque analfabetos ya casi no quedan, y a los Azarías de la vida ya los envían a colegios como el mío. Lo que sí es cierto -le dije a mi madre- es que la estirpe del señorito Iván no se ha extinguido, ni va a extinguirse en los próximas centurias, me temo. Los de su ralea siguen por ahí, con la misma chulería, con la misma hijaputez, solo que ahora disimulan mejor. Ahora, los findes, se les ve mucho por la tele, porque se  manifiestan en Núñez de Balboa cuando el gobierno social-comunista no les deja ir a sus fincas a pegar perdigonazos, y a matar a las milanas.




Leer más...

El pisito

🌟🌟🌟🌟

A finales de los años 50, en Madrid, cuando todavía no habían desembarcado las suecas para sonrojar a los biempensantes, se cruzaron los periplos vitales de Rafael Azcona, exiliado de Logroño, y Marco Ferreri, exiliado italiano que vendía objetivos fotográficos. Azcona y Ferreri se conocieron en los cafés literarios, en los mundillos de la cultura, y rápidamente se descubrieron como personalidades afines, proclives al humor negro y al retrato vitriólico. Entre que Azcona buscaba nuevas formas de expresarse, y que Ferreri siempre tuvo interés en hacer cine,  los dos amigos -uno que jamás había escrito un guión y otro que jamás había dirigido una película- eligieron un relato del propio Azcona y lo convirtieron en El pisito, que es una película que parece del neorrealismo italiano pero que está filmada en Madrid, y que contiene una carga de mala leche que hubiera espantado a los mismísimos Rossellini o De Sica.


    Petrita y Rodolfo, a punto de cumplir los cuarenta años, son novios desde tiempos inmemoriales, pero jamás han tenido el dinero necesario para comprarse un piso. La censura de la época nos impide conocer su vida sexual, que suponemos escasa y atribulada, practicada de estraperlo en picaderos apartados o en pisos que quizá les presta un amigo del trabajo, como hacía Jack Lemmon en El apartamento. Así las cosas, desesperados ya del magreo clandestino, y de la vergüenza social de los solteros, ambos deciden que Rodolfo se case con doña Martina, la inquilina del piso donde éste malvive de realquilado. De este modo, cuando Martina muera - y la pobre ya es una anciana con un pie y medio en la tumba-  Rodolfo heredará su contrato de inquilinato y Petrita verá cumplido su sueño de convertirse en ama de casa.

    Pero ay, de los pobres. que siempre fracasan en sus planes enrevesados y algo malévolos, porque doña Martina, rejuvenecida por el matrimonio, se resiste a abandonar este cochino mundo, y ese decadente piso, y Petrita y Rodolfo, resignados a su perra suerte, tendrán que seguir contando los días en el calendario mientras se vuelven más viejos y más gordos, más feos y más tristes, y el antiguo amor empieza a evaporarse siguiendo las rigurosas leyes de la edad.





Leer más...