Mostrando entradas con la etiqueta Mario Casas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Mario Casas. Mostrar todas las entradas

Las brujas de Zugarramurdi

🌟🌟🌟


Igual que todos los hombres tenemos algo de cabrones, todas las mujeres tienen algo de brujas. Como el aquelarre de Zugarramurdi -viene a decir la película- hay uno en cada pueblo; y gilipollas como estos atracadores, uno por cada nacimiento varonil.

Los hombres, en efecto, somos seres muy limitados. Y ser científico de prestigio o premio Nobel de Literatura no te salva de la quema. Eso solo son habilidades del Homo faber. En cualquier cosa que tenga que ver con lo sentimental, los hombres solo conocemos la línea recta para ir del punto A al punto B. Se nos da muy mal disimular, y se nos dan de puta pena las sutilezas. No acertamos ni una cuando nos ponemos intuitivos. Cuando creemos que las mujeres están del derecho, ellas están del revés, o viceversa. Somos unos menguados del análisis psicológico. Puede que sea porque no las miramos mucho a la cara, y sí a los cuerpos, y se nos escapan las señales enigmáticas de los ojos, que a veces confirman y a veces desmienten. Es mentira que las mujeres sean un misterio: lo que pasa es que nosotros somos medio imbéciles.

Las mujeres, en cambio, vienen al mundo con un sexto sentido. Vanos a llamarlo arácnido, o transdimensional. Un superpoder, en cualquier caso. Nos damos cuenta muy temprano cuando comprobamos que nuestras madres no nos miran, sino que nos leen. Nos traspasan. Su visión binocular no converge en nuestra en piel, sino en un punto interior que unos llamarían alma y yo prefiero llamar cámara de los secretos. Las mujeres nos... radiografían. Las amantes y las examantes; las candidatas y las desconocidas. Cuando nos calan y nos salvan, las llamamos brujas buenas; cuando nos escanean y nos hunden, las llamamos brujas malas. Pero los juicios morales, ya sabemos, son muy discutibles y particulares. Nosotros, por nuestra parte, solo las deseamos. Somos brujos de un solo conjuro, que solo conoce un único fin. 





Leer más...

No matarás

🌟🌟🌟


Empiezo la película remolón, poco convencido, pero al descubrir que el personaje de Mario Casas también lleva gafas, y también es un apocado con pinta de pardillo, se me disparan las neuronas espejo, y me identifico -salvando las distancias, claro- con el personaje. Al protagonista de “No matarás” también le cuesta decir que no, contrariar a los presentes, tomar la iniciativa en los asuntos decisivos. Medio tartamudea y esquiva la mirada si le vienen mal dadas. Todos sabemos que por debajo de las gafas de Clark Kent hay un Supermán del atractivo, de la musculatura, que en la vida real vuelve locas a las mujeres más guapas. Pero en una película la realidad queda en suspenso, y aquí Mario Casas no es el fucker de manual, sino Dani Nosequé, el tontolaba de su empresa, el pagafantas de las mujeres.

Decía que me identifico mucho con el personaje, sí, y más todavía cuando se topa con ese morbazo de mujer en la noche barcelonesa, y en vez de seguir el instinto de huida -que más que instinto es razón y clarividencia, pues se ve, se nota, se siente, que a esa mujer tan atractiva le falta un verano y parte del otoño- Dani, el pajillero, el de la vida tan poco excitante, decide seguir el otro instinto de la vara de zahorí, a ver si hay suerte, a ver si la vida le pega un giro radical y, como poco, se lleva el recuerdo de un polvazo reservado a los sementales más significados. Mejor eso que meterse en casa a cenar una ensalada mientras ve el Huesca-Valladolid, o la enésima película repetida o prescindible. Nos ha jodido.

Yo estoy con Dani. Yo soy Dani. Es más: yo he sido Dani. Le entiendo perfectamente. Mi abuela me decía que tiraban más un par de tetas que cien carretas. Me lo decía cuando yo era chiquitín, sin edad para el deseo, pero ella ya barruntaba, vamos que si barruntaba... Aquí, la verdad, teta muy poca, pero bonita y estilizada, eso sí. Suficiente para arrastrarte a la perdición, como en Camino a Perdición, que era otra película.

A orillas del mar, lejos de mi secano, se dice de otra manera lo de mi abuela: ata más pelo de coño que soga de marinero. Pues eso. Ahí lo llevas, Dani.



Leer más...

Grupo 7

🌟🌟🌟🌟

Las grandes obras que nos legaron los antiguos se hicieron gracias al trabajo de sus esclavos, que trabajaban de sol a sol a cambio de un mendrugo de pan, y de un cazuelo de agua. Con el paso de los siglos, gracias a los avances humanitarios, los emprendedores los fueron sustituyendo por trabajadores mal pagados que ahora recibían amenazas en lugar de latigazos, y un cacho de carne en las fiestas de guardar. Con esta mano de obra se construyeron las catedrales, la Gran Muralla China, las vías férreas, el canal de Panamá... Y en nuestro país, como quien dice ayer por la mañana, el Escorial, o las obras del Bernabéu, o el Valle de los Caídos. Ahora mismo, en los emiratos del Golfo, un ejército de hormigas asiáticas construye los grandes rascacielos del desierto y los futuros campos del Mundial de fútbol, en condiciones laborales que harían enfurecer otra vez al abuelo Marx, si éste se levantara de su tumba londinense.


    Grupo 7 cuenta la historia de los esclavos que contribuyeron con su curro a la pompa modernizadora de España. Mientras los obreros se jugaban el tipo en los andamios de la Expo de Sevilla, construida a mayor gloria de nuestra monarquía, ellos, los integrantes de este cuerpo policial que pateaba las peores calles y los peores tugurios, limpiaban de drogadictos los futuros barrios que iban a transitar los turistas. El Grupo 7 no existió como tal, aunque está inspirado en brigadas que se dedicaron a parecidos tejemanejes. Pasados de la raya, o intachablemente constitucionales, estos tipos, por lo que se ve en la película -los apartamentos exiguos donde viven, o los bares cutres donde alternan- no parecían recibir un gran sueldo por arriesgar el pellejo cada mañana, persiguiendo a tíos por las azoteas o entrando a saco en apartamentos de mala muerte. Me imagino que las doce pagas, la extra de Navidad y el plus de peligrosidad. Y poco más... Con lo que falta -que el abuelo Marx, siempre tan técnico, llamaba plusvalía- otros se hicieron de oro a cuenta de la gloria nacional. Finalizada la Expo de Sevilla, los drogatas regresaron a sus ecosistemas naturales, como las aves migratorias, y los pabellones y recintos se fueron oxidando y derrumbando. Tanto trabajo para tan exigua fiesta. 




Leer más...