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Los amores de una rubia

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A los dirigentes del Partido Comunista de Checoslovaquia les gustaban mucho las películas de obreros y soldados trabajando por el bien común del pueblo. Películas soviéticas, en sentido estricto. Así que cuando supieron que Milos Forman rodaba una historia sobre las trabajadoras de una fábrica y los soldados que acampaban por las cercanías, se imaginaron que el intelectual de ideas sospechosas, el bohemio –también en sentido estricto- que había estudiado herejías en la Escuela de Cine de Praga, volvía al redil de las películas patrióticas, con valores muy elevados sobre el ideal sacrificado de los comunistas.

    Pero a Milos Forman seguían sin interesarle estas propagandas políticas. Y lo deja muy claro desde el principio, desde el título mismo, para que nadie se imagine al proletariado armado y desarmado desfilando juntos hacia el amanecer, castamente, cogidos de una mano mientras con la otra agitan las banderitas rojas de la revolución. No hay ninguna intención platónica o castrense en estos tipos que pretenden a Andula, la chica más guapa de su sección en la fábrica de zapatos. Tipejos que flirtean con ella para llevársela al huerto improductivo del sexo sin matrimonio, de donde no saldrá ningún pequeñín rubicundo que interprete La Internacional agitando el sonajero en su cunita.


     Los amores de una rubia tiene aires de comedia, a veces de comedia chusca incluso, pero en realidad es una película lasciva, triste, con un personaje central desdichado que atrae a los babosos como la miel a las moscas. Ya escribió una vez Michel Houellebecq que…

    “Éste es uno de los principales inconvenientes de la extrema belleza en las chicas: sólo los ligones experimentados, cínicos y sin escrúpulos se sienten a su altura; así que los seres más viles son los que suelen conseguir el tesoro de su virginidad, lo cual supone para ellas el primer grado de una irremediable derrota”.



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