Mostrando entradas con la etiqueta Laetitia Casta. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Laetitia Casta. Mostrar todas las entradas

Un pequeño plan... cómo salvar el planeta

 🌟🌟🌟

Tener un hijo superdotado puede ser una bendición de los cielos, pero también una china clavada en el zapato. Si el hijo te sale del tipo práctico, de los que construyen cacharros en garajes o invierten sabiamente en la bolsa de Nueva York, la criatura, puede retirarte del trabajo antes de que te jubiles a los 65, y no solo eso: puede regalarte la casa que siempre soñaste junto al mar, y hacer viajes esporádicos por aquí y por allá, para conocer el mundo que nunca conociste cuando currabas sin parar. Una ganancia máxima, tras una inversión mínima de un óvulo más un espermatozoide. Y la satisfacción, además, de tener un hijo más majo que las pesetas, y más listo que todos sus primos y que todos sus compañeros de clase.

Pero hay superdotados que a veces te salen como este chaval de la película, el tal Joseph, que con sus 13 años es un admirador de Greta Thunberg que lo vuelca todo en el idealismo, en la salvación del planeta, dejándote más o menos como estabas. E incluso peor, porque para financiar sus proyectos de iluminado precoz, Joseph es capaz de vender tus bienes a tus espaldas, lo más preciado del hogar, armado de una conexión a internet y de un desparpajo impropio para la edad.

Una buena mañana, los padres de Joseph -que son dos pijos de cuidado, por cierto, y que merecen sobradamente este desfalco- descubren que el chaval les ha vendido los pelucos, las joyas, los adornos carísimos e inservibles... Incluso los vinos cubiertos de polvo que ellos guardaban en la bodega. Todo eso que roban los asaltantes en los chalets de lujo y que tú siempre piensas: “Pues mira: que les den por el culo”.

Tener un hijo superdotado de esta categoría puede estar muy bien para clarificar algunos conceptos y limpiar un poco la conciencia, pero nada más. No te va a sacar de la pobreza, y tampoco te va a solucionar ningún enredo medioambiental. El planeta, queridos niños, y queridas niñas, está condenado. Solo es cuestión de tiempo. Lo único coherente que se dice en la película es que habría que exterminar a media humanidad para solucionar el problema. Se buscan voluntarios. 




Leer más...

El fraude

🌟🌟🌟

Se me había quedado descolgada de estos escritos, no sé por qué, la película El fraude. Hace varios días que vi la película, pero un lapsus mental, o una vagancia primaveral disimulada de astenia, o de alergia, la habían marginado de este diario. Y ahora, cuando reparo en mi despiste, y me dispongo a teclear los habituales adjetivos sin chispa, y los consabidos chascarrillos sin gracia, descubro, como un dedo acusador señalando a la película, que he olvidado todo cuanto me sugirieron las desventuras de este hijoputa trajeado que Richard Gere -con su porte, con sus canas, con su sonrisa indescifrable- ha nacido para interpretar. 

Yo traía preparado un discurso socialistísimo, de banderas rojas ondeando al viento y puños en alto en actitud más desafiante que reivindicativa. Algo sobre los pobres del mundo y los capitalistas con sombrero de copa que nos enculan sin necesidad de bajarse los pantalones. Pero he perdido el hilo, el entusiasmo, el fuego proletario que me abrasaba las entrañas. Sería, de todos modos, más de lo mismo. Y así llevamos ya siglo y medio, los “intelectuales” de izquierda, repitiéndonos como ajos, en vez de salir a las calles a liarla parda, y que salga el sol por Antequera, o por Invernalia.

Mira que me cae mal Richard Gere, sospechoso habitual de esas comedias románticas que me producen el vómito instantáneo.Y sin embargo, en películas como ésta, o como en aquella de Hachiko, uno ha de rendirse a la evidencia de que es un actor solvente, que exprime al máximo sus cuatro registros de voz y sus tres movimientos de ceja. Y sus níveos cabellos, claro. Tampoco necesita más repertorio para despachar a un personaje tan simple como éste, al que le basta lucir un traje caro y una dentadura indestructible para que reconozcamos en él al enemigo de clase, al justiciero defensor de los tipejos que acaparan los millones. Ningún proletario va a derramar una lágrima por su suerte final...

Me enamoro como un verraco de la actriz que interpreta a la amante de nuestro protagonista: una pintora francesa a la que Gere ha puesto un piso en Manhattan y una galería de arte para que se entretenga pintando cuadros mientras él roba a los trabajadores. Al terminar la película, para mi sorpresa, leo en los títulos de crédito que ella es Laetitia Casta, la insigne top-model a la que yo recordaba por Leticia, o por Letizia, en todo caso. Del mismo modo que olvidé el mapa celestial de sus pecas, olvidé la exactitud latina de su nombre. Imperdonable todo. 



Leer más...