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La lista de Schindler

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Hay espectadores que terminan de ver La lista de Schindler con una lágrima en el ojo y un improperio en la boca -qué hijos de puta y tal, los nazis- pero al final suspiran aliviados porque creen que aquellos asesinos jamás volverán. Que fueron una excepción de la moral, una aberración irrepetible de la humanidad. Cuatro psicópatas que coincidieron en una cervecería de Münich para urdir un plan genocida que luego vendieron con malas artes a un pueblo civilizado que leía a Goethe, y a Rilke, y escuchaba cuartetos de Beethoven. Una especie de locura colectiva, de virus mental ya erradicado. Estos espectadores quizá no recuerdan la guerra de Yugoslavia que abría los telediarios hace treinta años, a tres horas de vuelo en Ryanair, con grupos armados que sólo se diferenciaban de las SS en que no hablaban alemán y no llevaban la calavera en el cuello de la guerrera…




    El nazismo volverá tarde o temprano. Cuando los proletarios del mundo vuelvan a unirse bajo el exhorto de Karl Marx II, los empresarios armarán otro ejército de matones para ponerlos en vereda, y descabezar a sus líderes. A hostias, primero, como hacen ahora, enviando a los antidisturbios, y más tarde a tiro limpio, como manda el protocolo, si el miedo no terminara de cuajar. Y si no funciona, montarán una guerra para hacer limpieza entre la muchachada revoltosa. La Primera Guerra Mundial se organizó para que los soldados dispararan en las trincheras a sus camaradas de enfrente, y no a sus enemigos de clase, en peligrosas revoluciones, justo cuando el socialismo amenazaba con alcanzar los centros de poder. El espantajo de los nacionalismos desvió el frenesí revolucionario a otros frentes menos peligrosos y más lucrativos. 

    Pero el tiro les salió por la culata: la guerra sólo dejó más pobreza, y más desencanto, y una revolución triunfante en la lejana Rusia de los zares. Había llegado el momento de recurrir a los psicópatas de bar, a los sociópatas de tertulia, a los tarados de los partidos marginales. Leña al mono, y caña al comunista, y pandillas en las calles. Luego la pandilla se convirtió en patrulla, la patrulla en partido, el partido en movimiento… Y el resto es historia. Liquidados los comunistas, les tocó el turno a los judíos. porque los psicópatas los tenían entre ceja y ceja desde hacía años y no se habían olvidado de ellos. El Holocausto, con toda su complejidad, y con toda su atrocidad, sólo fue el daño colateral de la lucha de clases que todavía nos ocupa, larvada, suspendida, a la espera de la próxima hambruna.

    Los nazis volverán. De hecho, ya están volviendo. Por el Parlamento ya hay unos cuantos, amenazando...
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