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Rabbit Hole (Los secretos del corazón)

🌟🌟🌟🌟

Nadie ha fingido la muerte de un hijo con el talento de Naomi Watts en 21 gramos, la película de González Iñárritu. Cuando aquella mujer recibía la terrible noticia y se le transfiguraba la cara, uno, de pronto, ya no estaba viendo una película, sino mirando por una ventana, y el sofá ya no era el sofá, sino el asiento incómodo de una sala de espera. Y el espectador ya no era tal, sino un hombre que recordaba que seguramente no hay dolor más insoportable en el sinsentido de vivir, mientras esa mujer, a dos pasos de distancia, se moría de llantos, y se retorcía de estupor.

    Como ese momento actoral -actrizal- es insuperable, y ya se ha quedado grabado a fuego en la memoria, John Cameron Mitchell, el responsable de Rabbit Hole, ha decidido que su película empiece ocho meses después del fatal accidente, y que su pareja de padres consternados no tenga que competir con Naomi Watts en escenas de sufrimiento inconcebible. Y podrían, supongo, porque Nicole Kidman y Aaron Eckhart son dos actores consumados, de amplios registros y honduras profesionales. Pero es que, además, la película tampoco lo necesita. A Rabbit Hole le interesan sus personajes en fases más avanzadas del duelo, entre la tercera y la quinta, según los manuales que uno consulte. El matrimonio Kidman/Eckhart ya ha superado el estado de shock, y la fase de protesta y culpabilización. Ahora transitan un territorio indefinido, de límites difusos, que alterna días sin esperanza con otros en los que palpita el impulso de pasar página y empezar una nueva vida. 

    El problema es que él va muchos pasos por delante, y ella varios pasos por detrás, y en esa descoordinación la cuerda se estira y se tensa. Ellos no tienen la suerte de la fe religiosa, que en estos casos supone un gran alivio para las mentes más simples, con sus cuentos de niños convertidos en ángeles del Señor. Kidman y Eckhart sólo tienen esta vida para agarrarse y no caer despeñados. O muchas vidas, según la teoría de los universos paralelos, que están interconectados por madrigueras de conejos...





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Hedwig and the Angry Inch

🌟🌟🌟

En Hedwig and the Angry Inch, Hedwig es un rockero transexual que está de gira por Estados Unidos, tocando en garitos de mala muerte con su grupo. Aunque no sacan ni para pipas, y son frecuentemente abucheados por los espectadores -que esperaban un recital country y se encuentran un torbellino sexual que canta guarradas y mariconeces- Hedwig y sus muchachos no se rinden. Ellos tienen muchas cosas que comunicarle al mundo, dudas y esperanzas. A ellos, además, no les mueve gran cosa el dinero, sino perseguir ciudad por ciudad, para joderle la marrana, al cantante conocido como Tommy Gnosis, que es un antiguo compañero que les robó las canciones y ahora gana pasta gansa en macroconciertos y especiales para la MTV.


    Este es, grosso modo, el musical que John Cameron Mitchell compuso para los teatros neoyorquinos, y que poco después adaptó para la gran pantalla. Hedwig and the Angry Inch, que es una película extraña y libérrima, una especie de Cabaret pasado por el turmix de la estética glam, se convirtió en un film de culto entre los transexuales y los transgéneros, porque allí se habla con mucho lirismo de sus inquietudes; y entre los amantes del rock en general, porque la banda sonora es ciertamente pegadiza y sugerente.

    Hedwig, que salió mal parado de su operación, y una vez despojado del pene no encontró la vagina que él esperaba (sino un resto de carne informe, asexual, que es el "angry inch" del título) es un hombre-mujer que no termina de aceptarse. Atrapado en una identidad que no existe en los libros, él, en sus canciones desgarradas, le canta al amor que no llega, o que llega pero finalmente se arrepiente. El pobre Hedwig, llegado el momento crucial, no puede ofrecer más que una sutura mal cerrada. Que Hedwig and the Angry Inch traspasara los ámbitos del cine marginal y llegara a un público más amplio, tiene que ver con que todos, de algún modo, sentimos la tristeza de Hedwig como propia. Nadie es completamente funcional. En alguna parte del cuerpo o de la psicología todos estamos mal operados, mal reconstruidos, y salimos al mundo disimulando una tara que nos avergüenza. La alopecia, la tartamudez, el micropene... La neurosis, la impulsividad, ciertos gustos musicales... Del mismo modo que Hedwig sale al escenario con pantalones que no dejan adivinar, todos salimos a la calle con remiendos que no dejan entrever.



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