Mostrando entradas con la etiqueta Jean-Louis Trintignant. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Jean-Louis Trintignant. Mostrar todas las entradas

Mi noche con Maud

🌟🌟🌟🌟


La noche con Maud prometía ser un trío sexual que las páginas porno clasificarían como MMF. Es decir, dos hombres y una mujer que deciden enroscarse en una cama tan ancha como su deseo para que nadie se caiga por un lateral o se queden colgando los juanetes. Y la cama de Maud, la verdad, sin llegar a ser redonda, es un cuadrilátero enorme y esponjoso, lleno de cojines y mantitas. Es indudable que si Jean-Louis y Vidal se animaran a la fiesta ella no les iba a desdeñar: su mirada es lúbrica, y su prejuicio inexistente. Qué más da que sea Nochebuena cuando uno ya no cree en el niño Jesús que atisba por las mirillas...

Pero Vidal, que venía muy animado, de pronto se acojona porque teme enamorarse de Maud y quedar atrapado en un erotismo loco que lo desguace. Quizá recordó, en el último instante, cuando ya echaba mano del cinturón, que Sócrates desaconsejaba los placeres sexuales con las personas bellas porque al final te quedabas turulato. Y esto de Sócrates, que casi siempre es una tontería, no lo es tanto cuando se trata de Maud, que te abrasa con la mirada. No has llegado ni a tocarla y ya estás condenado para siempre. Porque la seguirás deseando cuando ella ya no esté, aunque pasen muchos años, en el mayor de los suplicios imaginables.

¿Y Jean-Louis? Jean-Louis se declara católico ante el lecho de Maud, y dice estar predestinado para el amor de otra mujer, a la que acaba de conocer en la misa dominical. No ha cruzado con su desconocida más que dos miradas de soslayo y ya está convencido de que algún día va a casarse con ella. ¿Un romántico, un bobo? El tiempo lo dirá... Jean-Louis cree al mismo tiempo en la predestinación y en la fidelidad pre-conyugal, así que al final decide no acostarse con Maud, que sofoca la risotada, aunque se descojona con los ojos. Del sexo oral entre dos amantes hemos pasado al sexo verbal entre dos amigos que discuten largo y tendido sobre Pascal, el jansenismo, la apuesta arriesgada por el amor verdadero cuando otras tentaciones nos agitan. 

Las películas de Rohmer no enseñan cacho, pero son porno duro para la mente.



Leer más...

Amor

🌟🌟🌟🌟

Tanta pasión para nada es un libro de Julio Llamazares que leí y olvidé como casi todos, afectado por una desmemoria literaria que algún día comentaré con mi psicoanalista. Pero me quedé con el título, tanta pasión para nada, como un resumen de la vida misma, como una queja existencial del pesimista recalcitrante. Lo repito de vez en cuando en la tertulia con el amigo, en el desahogo del blog, en la confidencia tras el coito, pero no crean que voy por ahí cabizbajo, enfadado con las piedras, y encabronado con los dioses. A mí, como a Ricky Fitts en American Beauty, también me abruma la belleza que hay en el mundo, y a veces siento que no la puedo resistir, y que mi corazón, como el suyo, también está a punto de colapsar. Me abruma la belleza, y el amor, y la visita del hijo, y la película perfecta, y mi perrete corriendo por el campo, y la borrachera ocasional, y un par de cerezas que mangas de un árbol y te explotan en la boca. El orgasmo que llega como una oleada de agua salada propia y ajena...



    Pero sí, qué quieren que les diga: la vida, en el fondo, desnuda de poesías, deshuesada de lirismos, es una pasión sin objetivo. Lágrimas de alegría y tristeza que se llevará la lluvia por la alcantarilla, como dijo el sabio replicante antes de morir. Ningún dios nos espera al final del camino para recoger las lágrimas en una vasija y volver a beberlas. “Sólo vale la pena vivir / para vivir”, cantaba Serrat. Y lo mismo podríamos decir del amor: amar tampoco tiene objetivo alguno. Sólo eso: amar, día a día, partido a partido, en un romanticismo perseverante del Cholo Simeone. Amar por el mero placer de amar, por el mero deber de amar, aunque al final del camino, si ha habido suerte, y la salud nos respeta, nos espere la decrepitud y la muerte. No debería disuadirnos el final cruel de los amores longevos. La mierda que hay que limpiar, o las torpezas que hay que soportar. Donde termina el sendero de las baldosas amarillas no hay ningún arcoiris: sólo una cama de hospital, o una postración en la propia. Dolor y reproches. Una pena infinita. Un asomo al vacío en los ojos ajenos. Tanta pasión para nada... ¿Y qué?



Leer más...

Happy End

🌟🌟🌟

En Happy End se nota que a Michael Haneke le fascinan los burgueses. Les sigue con la cámara como si fuera un documentalista, aireando lo privado, lo inconfesable, lo que sucede en los dormitorios y en los retretes. En los hospitales donde mueren sus moribundos. Es como si Haneke hubiera montado un hormiguero en casa para ver cómo viven las hormigas bajo tierra. Aunque he elegido un mal ejemplo, la verdad, porque no hay nada más comunista que un hormiguero en plena actividad, y en Happy End, la familia Laurent se reúne en cenas de mantelería y candelabro, sirvientes de cofia y muebles de Maricastaña.

    Haneke, sin embargo, que es otro pequeñoburgués de la Europa desarrollada, no hace una crítica específica de sus personajes. Los Laurent son retorcidos, malos, puñeteros, pero no por ser burgueses, sino por ser humanos, y lo mismo podrías encontrar estas desviaciones en los pisos de protección oficial que en los chalets de lujo de la sierra. Haneke sigue siendo un misántropo total, ecuménico, sin distingos de raza o religión, de procedencia o clase social. Lo criticable en una película sobre la burguesía sería el clasismo, el desprecio hacia los pobres, el insulto de la ostentación. Esas cosas... Pero todo esto, aunque lo presuponemos, no aparece en la película. Lo mismo podríamos haber caído en una familia de Moratalaz o en una tribu de Guinea Conakry para descubrir las andanzas poco edificantes de la niña psicópata, el abuelo homicida, el heredero lunático, el marido infiel, la amante coprófila... Estos pecados e ignominias son universales. Pero hay que reconocerle a Haneke -y quizá ahí esté la gracia del asunto- que mola mucho más ver estas torceduras entre gente que se viste de gala para asistir a conciertos de violonchelo. En la burguesía se nota más el contraste entre la forma y el fondo, entre la vestimenta y el alma. Entre la cultura y el australopiteco.




Leer más...