Kate Winslet es una actriz como la copa de un pino. Y de un
pino inglés, además, que son los más afamados. Kate, además, es una mujer
bellísima, de las que se fía de sus propias arrugas para tenernos encandilados
un año sí y otro también, hasta que la enfermedad, o la muerte, o la ceguera,
nos separe. O hasta que ella se harte de la farándula y se dedique a ser Kate
Winslet la ciudadana, la madre, quizá ya la abuela, a tiempo completo. Se nota,
se siente, se trasluce en sus entrevistas, que a ella no le gustan los
artificios ni las vidas artificiosas. ¡A
la mierda la cosmética!, dicen que gritó un día que andaba con mucha prisa, y
así se quedó, con cuatro pinceladas en la cara y en el cuerpo, tan pura y tan
limpia que ya es una actriz con el sello bio estampado en su currículum.
Yo -vaya otra vez por delante- admiro mucho a Kate Winslet. Es
como en aquella película suya, ¡Olvídate de mí!, que resulta imposible
olvidarse de ella aunque te operen los lóbulos temporales. Pero Kate Winslet,
ay, no es perfecta, es tan humana como todos los que la queremos, y tiene,
entre otros defectos, la curiosa costumbre de leer la prensa sólo en la consulta de su dentista. Y ya sabemos que los dentistas -sean de Londres o de La
Pedanía, trabajen para clientes ricos o para clientes pobres- siempre dejan en
la mesita revistas de anteayer, o de anteaño, a veces incluso de la guerra de
Cuba, con artículos de Azorín y peroratas de Ortega. Sólo así se explica que
antes de trabajar en Wonder Wheel, Kate Winslet no supiera nada de los
tránsitos judiciales de Woody Allen, y que justo después de terminar la
película, embolsarse el sueldo y participar en las promociones contractuales,
se enterara de la movida, se palmeara la frente como si se acordara del donut y
exclamara: “¡Pero cómo he podido trabajar con un tipo como éste!”.
No es la primera vez que le sucede. Cuando trabajó con Roman
Polanski en Un dios salvaje -que se rodó, no sé, treinta y cinco años
después de la famosa violación- ella, nada más terminar el rodaje, salió tarifando
y llamándole monstruo abusador. En el caso de Allen, a fecha de hoy, ni siquiera
tenemos constancia de que haya cometido un delito. Ay, Kate, Kate... Cómo me
recuerdas al capitán Renault en Casablanca: “¡Qué escándalo, qué
escándalo! ¡He descubierto que aquí se juega!”