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El chico

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Charles Chaplin fue un hombre encantado de conocerse a sí mismo. Su autobiografía es un compendio exhaustivo de "yo hice", y "yo logré", y "yo fui recibido por grandes multitudes en el aeropuerto de tal". Chaplin era un genio autoconsciente de serlo, y esa reacción química produce una jactancia espumosa que está muy mal vista. Pero nosotros, los admiradores, hacemos como que no sabemos, como que nos da igual, y cada cierto tiempo revisamos sus obras maestras sin que nos importe mucho la hinchazón descomunal de su ego. Sólo muy de vez en cuando, para entenderlas mejor, revisamos los detalles de su biografía tan peculiar, borrascosa o radiante según los meteoros del momento, y para estas cosas vienen de perlas los extras de los DVDs, que a veces aportan datos que enriquecen la experiencia.


    El chico es una película extraña en la filmografía de Chaplin. Como un verso suelto. Hay algo muy personal en esa maravilla que ha surcado los mares del tiempo sin apenas mojarse, tan divertida y emotiva que llegas a olvidar que estás viendo una película silente. El análisis del aficionado se queda en la infancia desamparada del propio Chaplin, en aquellos barrios de miseria tan parecidos a los que Charlot patea en la película. En los extras del DVD, sin embargo, nos dan otra clave que ayuda a entender la singularidad de El chico. Chaplin, como todos sabemos, era un hombre orquesta que dirigía, producía, escribía el guión y componía la música. Y se reservaba siempre el papel principal. Dicen las malas lenguas que se quejaba continuamente de los actores y actrices que posaban para él. Si hubiera podido, los hubiera interpretado él solo a todos... En El chico, sin embargo, Chaplin comparte protagonismo con ese diablillo entrañable llamado Jackie Coogan. Y no parece importarle gran cosa. Es, quizá, la única vez en la que el ego descomunal de Chaplin ocupa sólo la mitad de la pantalla. Él adoraba a ese chaval, y permitió que le robara los planos más apetitosos. Contado así parece muy bonito, y muy profesional, pero uno sospecha que Chaplin se vio a sí mismo en ese niño prodigio que bailaba y actuaba con un desparpajo impropio. Como él mismo lo había hecho en su infancia londinense. 

Chaplin, en El chico, se desdobló en dos papeles: el adulto, para el hombre con bigote; y el niño, para la reminiscencia de su infancia. 




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