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Hermosa juventud



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Del mismo modo que la infancia no siempre es inocente, y la vejez no siempre es venerable -y la edad adulta, que es la que yo ahora transito, no siempre es responsable- la juventud, en contra del mito literario que la recuerda en sus poesías, muchas veces no es hermosa. Hermosa juventud es un título cargado de doble sentido, hiriente, incluso, como suelen ser las películas de Jaime Rosales. Porque Carlos y Natalia son, efectivamente, jóvenes y hermosos, pero la suma de los dos términos, tan prometedores, tan luminosos, no termina de funcionar en su mundo tan lejos del mago de Oz. Ellos tienen todo el futuro por delante, pero los nubarrones, de momento, sobre todo los económicos, llegan hasta el horizonte, y tienen pinta de ir siguiendo la curvatura de la Tierra a medida que ellos avanzan, entre trabajos precarios, sueldos de mierda, abusos de todo tipo…: la vida laboral de quien se crió en el arrabal y no tiene potencia en los motores para escapar de allí y aterrizar en otro planeta más amable y más justo.



    Mi abuela -de la que me acuerdo mucho en los últimos tiempos, y es una cosa que ya empieza a preocuparme- decía que los pobres teníamos la mala costumbre de reproducirnos no se sabía muy bien para qué: para tener hijos igual de pobres, y nietos atados a la misma noria del burro, decía ella. Mi abuela, claro, nació en la época medieval que aquí sólo terminó con la II República, y tenía una mentalidad muy parecida a la de los rusos de los novelones, fatalista, rendida al capricho de las costumbres.  Mis padres, sin embargo, que ya nacieron en un país perteneciente al siglo XX, sí creyeron en la promoción social del pobre, a golpe de estudio, de coderas, de noches en vela, de temas cantados ante un tribunal de oposiciones.  Yo formé parte de sus sueños, y de hecho, gracias a sus esfuerzos económicos, y a mis neuronas exprimidas, logré subir un pequeño escalón en la pirámide de la riqueza. Puedo, al menos, salir a cenar de vez en cuando, cosa que ellos ni soñaban cuando se quedaban en casa los sábados por la noche, viendo la tele.



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