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Bombshell: The Hedy Lamarr Story

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Mi padre decía que Hedy Lamarr era la actriz más hermosa que había visto en su vida. Quizá porque fue la primera que vio desnuda correteando sobre el lienzo, como una cervatilla salvaje, o como una ondina de las aguas, en aquella película mítica de su mocedad. O eso al menos imaginaba él, llevado por el espejismo de la nostalgia. Porque a mí, la verdad, las cuentas no me cuadran. La película de la que hablaba mi padre es Éxtasis, checoslovaca de entonces, de los años 30, en armoniosa gama de grises como decía Carlos Pumares, y es imposible que mi padre pudiera verla en la España franquista de León, con cuatro años recién cumplidos cuando los sublevados triunfaron en la ciudad. Quizá mi padre oyó hablar de Éxtasis en los círculos cinéfilos, o en su trabajo en el cine, que frecuentaban muchos críticos y muchos sabihondos, y él soñó que la imaginaba, o imaginaba que la soñó, a Hedi Lamarr, desnudica por los bosques centroeuropeos. La primera vez que una mujer aparecía sin ropa en una película comercial, si hacemos caso de los saberes enciclopédicos. Y que fingió –o experimentó, quién sabe- el primer orgasmo fuera de las pornografías que empezaron a proyectarse justo al día siguiente de la presentación de los hermanos Lumiére, en un café contiguo, semisótano, en el que había que decir "Fidelio" al portero que daba la entrada.


    Hasta que terminamos de ver este documental titulado Bombshell, Hedi Lamarr, para los cinéfilos provincianos, para los incultos de campeonato, no era más que eso: la nostalgia de nuestros padres. La actriz que le cortaba el pelo a Víctor Mature en Sansón y Dalila. La estrella en decadencia que se casó varias veces, que se operó todo lo operable, que tomaba pastillas para dormir y anfetaminas para despertar. Un clásico de los clásicos, dentro de Hollywood. Pero este documental –además de mostrarnos el dulce retozar de Hedy por la Checoslovaquia de Éxtasis- nos recuerda que a veces, la belleza física, en un acto generoso de los dioses, también viene acompañada de una gran inteligencia. De una que es incluso capaz de inventar un sistema de radiofrecuencia para dirigir misiles y torpedos en la II Guerra Mundial, y en las que vinieron después. En los ratos libres, doña Hedy, entre rodaje y rodaje, entre matrimonio y matrimonio, como quien no quiere la cosa, hacía estas cosas. La contribución bélica de esta actriz judía y exiliada.



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