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Harold y Maude

🌟🌟

Nueve de cada diez cinéfilos consultados recomiendan ver Harold y Maude, la comedia que Hal Ashby rodó en los tiempos del amor libre y de la relajación de las costumbres. Allá en América, claro, porque aquí, por un simple beso prematrimonial, o por una mirada bajo las faldas, todavía te corrían a porrazos por los callejones, y a hostiazos por las sacristías. 

    Harold es un primo lejano de la familia Addams que se entretiene fingiendo suicidios ante su madre, una fría millonaria que ya no le hace caso, y que busca, desesperadamente, una nuera que se lo lleve. Aficionado a comparecer en entierros que ni le van ni le vienen, Harold, en uno de los sepelios, conocerá a Maude, una mujer octogenaria que también vive fascinada por la muerte. Maude ha decidido disfrutar sus últimos años a cien por hora, hasta que el cuerpo aguante, y medio loca o medio lúcida, encuentra la adrenalina robando coches, visitando desguaces o posando sus arrugas denudas ante los artistas conceptuales.

    Dos pirados como Harold y Maude estaban, cómo no, destinados a entenderse y a compenetrarse. Y a penetrarse, incluso, en un amor loco que hace cuarenta años debió de provocar ascos y soponcios, pero que hoy en día, curados de espanto gracias a los programas del corazón, y a las categories de las páginas porno, ya casi vemos como una travesura, como una filia sexual de las muchas que pueblan el deseo. 

    A uno le han caído en gracia estos personajes enfrentados al qué dirán de las gentes, y al qué narices pondrán de las leyes. Pero la simpatía por Harold y Maude no es suficiente para que la película consiga levantarme el ánimo, ni distraerme de los quebraderos. Quizá fue el fin de semana, que vino atravesado, o quizá fue la propuesta experimental, que me cogió a contrapié. Sea como sea, me siento desautorizado para juzgar. Uno de cada diez cinéfilos consultados no recomienda ver Harold y Maude, pero yo, la verdad, no quisiera decir tanto. 



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Bienvenido Mr. Chance

🌟🌟🌟🌟

Bienvenido Mr. Chance cuenta la historia de un autista que llega a ser, por el azar de la casualidad, asesor económico del presidente de los Estados Unidos, y candidato, él mismo, a la futura presidencia. Antes de alcanzar la fama mediática, Chance era el simple -en ambos sentidos- jardinero de una gran mansión. Pero al morir su patrón es expulsado a las calles de Washington con sólo una maleta por equipaje. A sus cincuenta y tantos años, Chance jamás ha pisado el mundo real, siempre preservado del ridículo o de la ignominia familiar. Todo lo que sabe de la vida lo ha aprendido a través de la televisión, zapeando compulsivamente. Chance no distingue la realidad de la ficción y responde a cualquier pregunta hablando de raíces, de flores, de la caída de las hojas, los únicos asuntos que en realidad comprende y maneja. 

    Acogido en la casa de un asesor presidencial, los políticos confundirán a Chauncey con un sabio capaz de resumir, en bellísimas metáforas, la esencia pura de la economía. Descubrirán, boquiabiertos, que hay un paralelismo muy fructífero entre el trabajo de un gobernante y el de un jardinero. Hay estaciones donde se trabaja y otras donde se recoge el fruto; hay que sembrar para recoger, hay que ser pacientes y cuidadosos, hay que mimar la tierra sagrada que nos sustenta. Hay que regar el tejido industrial, abonar las inversiones, podar las empresas maltrechas... Gobernar un gran país es como cuidar un gran jardín, oficios de la misma naturaleza.  Ellos mirarán embobados a Chauncey Gardener sin saber que el bobo, realmente, es él, incapaz de distinguir un billete de dólar de un billete falso del Monopoly.

            Jerzy Kosinski, el autor del guión, quiso reírse del lenguaje hueco de los políticos, de su rara habilidad para hablar y hablar sin decir nada. Chauncey Gardener viene a ser la quintaesencia del político ignorante y simplón. Sólo una leve exageración del prototipo al que solemos confiar nuestro voto y nuestras ilusiones. Nuestros políticos, lo mismo aquí que allá, lo mismo ahora que hace tres décadas, viven de pronunciar discursos que son un ejercicio sobre la nada, una disquisición sobre el vacío, una aportación sobre la perogrullez. 




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