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Hacia rutas salvajes

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Yo también voy a veces into the wild, por los montes de la pedanía, a extasiarme con la soledad, y con la belleza del paisaje. A sentirme desnudo de gente, introspectivo, filosófico incluso, con un libro sesudo en la mochila, y hecho uno con la naturaleza, que por aquí, en algunos recodos, parece intocada, como si el ser humano no rondara las cercanías. Está el rumor persistente de la autopista que se filtra por los valles, pero a poco que el viento sople en las hojas, o canten los pajaruelos en la rama, el efecto se parece mucho a la Alaska casi virginal que buscaba Alexander Supertramp. Aquí también hay coníferas, y arroyos caudalosos, y lugareños con camisa a cuadros que saludan con parquedad. Pero todo construido a escala ibérica, claro, más modesto y menos imponente. También hay sustento por los caminos -cerezas en mayo, peras en agosto, castañas en octubre- y uno a veces sale a sobrevivir cargado con la mochila del pequeño latrocinio, y en un alarde de imaginación me descubro indómito, aventurero, dependiente de los frutos silvestres, asilvestrado, como enfrentado a la dura tarea de un bosquimano occidental... Son fantasías estúpidas, claro, de Jeremiah Johnson de andar por casa, o de Alexander Supertramp vagabundeando con lorzas, porque a las dos horas de aislamiento social y de búsqueda profunda del yo, me empieza a rugir el estómago, y pienso en mi frigorífico, y en mi despensa, todo ello tan pequeño-burgués, y además recuerdo que juega el Madrid a tal hora, o que he quedado con el amigo para la caña, o que ya me duelen los juanetes de andar dando tumbos por las colinas, con el perrete sirviéndome de guía y avisándome de la fauna salvaje, que ésa sí que la hay: corzos que bajan a beber, jabalíes que vienen a la viñas, conejos y serpientes…



    Conozco a un vecino que estuvo una vez into the wild de verdad, de pastor en los montes cercanos, aislado por voluntad propia durante los meses de invierno, pero una vez me confesó que cada cierto tiempo, con la entrepierna ya escaldada, se acercaba los putiferios de León -no a los de aquí, para no ser reconocido- a revolcarse un poco en el lodazal de la civilización  Muy prosaico todo… Nada que ver con el periplo de Christopher McCandless, un ermitaño de verdad, consecuente hasta el final, íntegro y empecinado, aunque uno sospeche que en su fuero interno habitaba un macho alfa que destilaba algo de arrogancia. Un brindis por él, en cualquier caso. La película de sus andanzas siempre me deja estupefacto, jodido, como acusado de algo, no sé muy bien de qué...




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