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Quiz Show

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Las películas me han enseñado casi todo lo que sé de la vida. La vida, contemplada desde dentro, es un engaño de las personas, un espejismo del paisaje, un enredo inextricable que acaba por fatigarme. Sólo desde la distancia que da el cine puedo observarla con tranquilidad y tratar de comprenderla, tranquilito en mi sofá. Incluso los misterios de la anatomía femenina -esa disposición recóndita y oblicua de las cavidades- tuve que aprenderla de chaval en una pantalla de televisión, vedado el acceso a la realidad palpable por culpa de los curas castrados, y de las chicas holográficas.



    Gracias a las películas uno aprendió sexo y geografía, historia y costumbres. La psicología retorcida y malvada de los seres humanos, también. El cine ha sido mi universidad de la vida. Y no los libros, como le pasaba al bueno de Pepe Carvalho. Puedo seguir a los pensadores y a los divulgadores mientras los leo, pero a la semana siguiente de cerrar los libros, su sabiduría es puro humo que se va por las ventanas. Veo, en cambio, las películas de los grandes cineastas, y sus enseñanzas perduran como grabadas a fuego, indestructibles con los años.

    Por la misma época en que se estrenó Quiz Show, la película de Robert Redford, yo leía a los grandes pensadores de la sospecha, a Freud, a Nietzsche, a La Rochefoucauld, tipos que nos advirtieron que los seres humanos mentían, engañaban, falseaban la realidad en su provecho. Que de buenas a primeras no podías fiarte de lo que te mostraban. Yo decía que sí, claro, porque ellos eran diáfanos en sus explicaciones, pero luego salía a la calle, o veía los concursos en la tele, y me lo creía todo como el pardillo que era, sin malicia y sin bagaje. Otros más inteligentes que yo vieron Quiz Show y escribieron: "El señor Redford nos ha contado una obviedad", pero yo, gilipollas perdido, me pegué una hostia del copón al caerme del caballo, camino de Damasco. ¡La tele era una gran mentira! El patrocinador manda y la plebe traga. Quiz Show fue una revelación que me dejó con la boca abierta.  Yo tenía veintidós años, y era un tonto de remate. 



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