Mostrando entradas con la etiqueta Emir Kusturica. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Emir Kusturica. Mostrar todas las entradas

El Pepe, una vida suprema

🌟🌟🌟🌟


En la tradición judía, los lamedvovniks son los 36 santos que en cada generación de los hombres salvan el mundo. Los 36 justos que con su virtud laboriosa, y con su ejemplo silencioso, impiden que Dios destruya el mundo avergonzado de sus criaturas.

Si hiciéramos una encuesta rápida, de las de andar por casa, todo el mundo se atribuiría ser un lamedvovnik. Que levante la mano quien no se crea la más bondadosa criatura de su barrio, o de su entorno laboral. De su familia. De su pareja. De cualquier actividad en la que participe. Que no se tome a sí mismo por la única oveja blanca que pasta en el rebaño. Todos nos creemos  distintos, tocados por el dedo divino.

El cálculo del número 36 procede de la cábala judía. Algunos rabinos admiten que los justos podrían ser unos pocos más o unos pocos menos; si el concepto es válido, la numerología  no importa tanto. Pero lo que está claro es que aquí no hay medallas para todos. 8.000.000.000 - 36 es una cuenta que deja mucha gente en la cuneta. Yo, por supuesto, para ir avanzando en el cásting de “Operación Triunfo”, no me tengo para nada por un lamedvovnik. Justo soy lo justo; y buena persona, pues según con quién, y para qué.

A lo largo de mi vida -hablo del mundo real y provinciano- sólo he conocido un par de personas que podrían llevar en su espalda el peso del mundo, el destino de nuestra salvación. Ellos, por supuesto, no eran conscientes de su alta responsabilidad. Ni siquiera se darían por aludidos si alguien les gritara “¡Eh, lamedvovnik!” por la calle. Porque esa es la primera condición que impone la tradición: no saber que lo eres. Vivir en la ignorancia de tu desempeño. Así se impide que el espejo te devuelva una imagen narcisista que todo lo arruinaría.

Pepe Mújica es un lamedvovnik. Isabel Díaz Ayuso, por ejemplo, que cree que lo es, no.





Leer más...

Papá está en viaje de negocios


🌟🌟🌟

Papá está en viaje de negocios ha resultado ser, a pesar de mis recelos iniciales, una entretenida película de Emir Kusturica, alejada de esas cosas barrocas que vi de él en los lejanos tiempos de mi cinefilia militante, como Underground, o Gato negro, gato blanco. Le tenía gato, sí, a Kusturica. Pero aquí se apunta un tanto con una película sencilla, de personajes que piensan y razonan, y que no se pasan toda la película pegando botes y tocando instrumentos sin ton ni son. Le pasa, al serbio, lo mismo que les pasaba a esos cineastas tan apaleados en este diario, Buñuel, y Saura, y Fellini, que cuando bajaban a la tierra y contaban cosas inteligibles, alumbraban grandísimas películas, obras maestras intemporales, pero que cuando visitaban a su psicoanalista filmaban películas que sólo ellos, ni siquiera sus más allegados, podían entender.



            Lo extraño de Papá está en viaje de negocios es que se rodara en Sarajevo y se estrenara en los cines yugoslavos allá por 1985. Aunque Tito llevara muerto alrededor de un lustro, Yugoslavia, oficialmente, seguía siendo un país comunista. Sin embargo, la película es crítica, corrosiva, muy poco complaciente con el pasado. Si hacemos caso de lo que cuenta Kusturica, bastaba con no reírse de un chiste que ridiculizaba a Stalin para ser deportado sin miramientos a los campos de trabajo. Supongo que quienes sucedieron a Tito en el poder no simpatizaban mucho con el viejete. Supongo, también, que quisieron aprovechar la película para hacerse pasar por liberales y modernos ante el mundo occidental.

No sé. Habría que tener nociones más profundas de la política yugoslava en los años ochenta, pero uno, naturalmente, no llega a tanto. Busco cuatro o cinco referencias en internet y rápidamente me canso de no saber. Es lo que tienen las películas de países lejanos, e incluso extintos: que uno ve, por ejemplo, Papá está en viaje de negocios, y no sabe bien hasta donde llega la crítica o la chanza de Kusturica. ¿Se pasa, o no llega? La sensación de estar perdiéndote malevolencias y dobles sentidos te asalta en cada escena. Cualquiera que conozca medianamente la historia de España, ve El verdugo y sabe bien dónde están escondidos los dardos venenosos. Entendemos de lo nuestro porque lo hemos vivido, o porque lo hemos estudiado en el cole ¿Pero qué sabemos, los españolitos de a pie, por mucha pre-LOGSE que nos hicieran estudiar, de los equilibrios sociales que regían allá en los Balcanes hace tres décadas? 


Leer más...

El caso Farewell

🌟🌟🌟

Huyo del canal TCM autor -donde José Luis Guerín se ríe de mi incapacidad para comprenderle- y encuentro, en el Canal +, donde la programación suele ser menos exquisita, una película adaptada a mis menguantes capacidades. Allí me topo con una de espías y topos a la francesa, El caso Farewell, donde se narra la true story  de un coronel soviético que allá por los años ochenta pasaba jugosísimas informaciones a los servicios de espionaje occidentales. El caso Farewell es un regreso feliz al esquema clásico del género. Sin ser una película de las de recomendar a voces, me ha quitado, al menos, el complejo de idiota que desde ayer llevaba colgado a la espalda como un monigote. No es que su trama sea la madre de todos los líos, precisamente, pero requiere, al menos, un mínimo de atención, y también, para entender las intrigas, una culturilla básica sobre la Guerra Fría, la Francia de Miterrand y los orígenes de la Perestroika. 

Nada del otro mundo, ciertamente, sólo un mínimo aprovechamiento de la EGB y de la historia que uno ha visto desarrollarse en televisiones y periódicos. Estoy seguro de que muchos que presumen de entender los procesos mentales de Guerín, con sus sombras, sus trenes y sus cortinas, andan muy perdidos en estos menesteres históricos de El caso Farewell. O ésa es, al menos, la creencia a la que debo aferrarme para levantar un poco el orgullo alicaído.

Lo peor de El caso Farewell es que uno de sus protagonistas, el franchute metido a espía amateur, es el últimamente omnipresente en mi vida Guillaume Canet, el marido en la vida real de Marion Cotillard. Cada vez que él sale en pantalla, yo pienso en Marion, con una mezcla de melancolía y de despecho, porque ella no está, y además le pertenece… 




Leer más...