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El dictador

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El dictador, aunque vaya dedicada con recochineo al difunto Kim Jong-il, es en realidad la parodia de un déspota africano muy parecido a Muamar el Gadafi. Un retrato parido en la mente demenciada, sumamente particular, de Sacha Baron Cohen. Un humorista británico que jamás cultivó el humor inglés. 

    Por su picadora de carne, puesta a mil revoluciones, pasa el racismo, el machismo, el terrorismo... todos los ismos perseguidos por la fiscalía y denunciados por los colectivos sin sentido del humor. Y sí: yo soy de los que se ríe mucho con sus provocaciones, con sus chistes al filo de lo denunciable. Qué le vamos a hacer: soy un hombre a medio civilizar, mitad macaco y mitad literato. Me conmueve hasta la lágrima ese humor tan arcaico y tan grosero. Son las cosas de haberse criado en un arrabal, entre gente muy poco recomendable. De haber frecuentado malas lecturas y malas películas en los años decisivos de la formación. Y de ser uno como es.

    Pero Sacha Baron Cohen, por supuesto, no es un ningún imbécil que desconozca el objetivo último de sus excesos. Lo que en apariencia es una sucesión de sketches desordenados sobre cacas y culos, pedos y pises, al final es un misil de punta afilada sobre nuestra idea muy equivocada de lo que es una democracia verdadera, y sobre la escasa diferencia que en realidad separa nuestras dictaduras económicas de aquellas dictaduras militares. Cuando Aladeen de Wadiya, en la asamblea de la ONU, rompe en mil pedazos la que iba a ser la primera Constitución de su país, los asistentes, indignados, demócratas bien trajeados de piel blanca y alma impoluta, le abuchean y le hacen puñetas sin disimulo. Pero Aladeen, más chulo que nadie, no se echa atrás en su determinación de seguir manteniendo la satrapía:

   “¡Oh, cállense! ¿Por qué son ustedes tan antidictadores? Imagínense que América fuera una dictadura. Podrían hacer que el 1% de la población tuviese todas las riquezas de la nación... Podrían ayudar a que sus amigos ricos lo fueran aún más reduciendo sus impuestos y sacándoles del apuro cuando apostaran y perdieran. Podrían ignorar las necesidades de los pobres en salud y educación. La prensa parecería libre pero estaría controlada en secreto por una persona y su familia. Podrían pinchar teléfonos, torturar prisioneros extranjeros... Podrían manipular las elecciones, podrían mentir sobre por qué van a una guerra. Podrían llenar sus cárceles de un grupo racial en particular y nadie se quejaría. Podrían usar los medios de comunicación para asustar a la gente y hacer que apoyen las políticas que van en contra de sus intereses. Sé que para los americanos resulta difícil de imaginar, pero por favor, inténtelo”.



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