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Blade Runner

🌟🌟🌟🌟

Antes de morir, el Nexus 6 se vanagloria de haber visto cosas que los humanos no conocen. Ningún espectador sabe qué son los rayos C, ni dónde queda la puerta de Tannhäuser, pero dichas por el replicante suenan a experiencias bellísimas e irrepetibles. Como si le hablaran de sexo salvaje al adolescente por estrenarse... En solo cuatro años de vida programada, el replicante ya había contemplado las maravillas del Universo. Los humanos de la Tierra, en cambio, sólo habían visto la mugre, la contaminación, la lluvia ácida persistente. Roy, por supuesto, no quería morir, y lamentaba que sus recuerdos se perdieran en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Pero en su testamento final se adivinaba un poso de orgullo. Él, condenado a la pronta caducidad había vivido intensamente. ¿La vida larga y aburrida de los casados, o la vida corta y excitante de los rockeros? 

Escribía Charles Bukowski en El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco

    “Lo terrible no es la muerte, sino las vidas que la gente vive o no vive hasta su muerte. No hacen honor a sus vidas, les mean encima. Las cagan. Estúpidos gilipollas [...] Son feos, hablan feo, caminan feo. Ponles la gran música de los siglos y no la oyen. La muerte de la mayoría de la gente es una farsa. No queda nada que pueda morir”.


El año 2019 que imaginaron los guionistas de Blade Runner tiene pinta, a dos años vista, de haberse quedado muy corto en algunos avances, y muy largo en otros. A día de hoy, la ingeniería genética aún está dando sus primeros pasos, y los coches de policía no salen volando tras ponerte una multa. Las colonias espaciales son proyectos descomunales aparcados hasta el fin de los tiempos. En Blade Runner, sin embargo, como sucede en muchas películas de ciencia-ficción, no se ve a nadie con teléfono móvil, ni con iPod, y los ordenadores de hogares y oficinas parecen unos cacharros tan lentos como rudimentarios. No parecen existir cosas tan básicas como Internet o como el Whatsapp, que en el año 2017 ya manejan con soltura incluso las ancianas. 

En el sector de las telecomunicaciones, lo más avanzado de Blade Runner parece ser la videollamada, como ya lo era en el 2001 imaginado por Arthur C. Clark.  Menuda caca... Eso ya existía  cuando yo era niño y llamaba al portero automático de mi amigo rico para que bajara a jugar al fútbol. Hace cuarenta años que yo ya me quedaba boquiabierto al descubrir que en aquella comunidad de vecinos habían instalado el ojo vigilante de HAL 9000...




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Kill Bill. Volumen 2

🌟🌟🌟🌟

Me aburre, un poquito, Kill Bill vol. 2. He dicho un poquito, nada más. Que no empiecen a aplaudir los nostálgicos de Qué grande es el cine, ni empiecen a abuchearme los monjes guerreros de Pai Mei. Consagrado a su guion, Tarantino se marca una hora final que es toda ella conversación, soliloquio, confesión resentida de los amantes. Y está muy bien, y no digo que no, pero veníamos de la hostia pura y dura, de la katana presta y afilada, de la marcianada cachonda de las artes marciales y los kung-fús de leyes imposibles. Y de pronto, como niños arrancados de un sueño feliz, nos sientan en un sofá para hablarnos del amor traicionado, de los sueños rotos, de los hijos que pudieron ser y no fueron. Todo muy maduro, muy adulto, de película respetable y casi francesa si no fuera porque nos sabemos el final y la trampa. 

    Sólo nos interesa el rollo que suelta Bill sobre los superhéroes que se levantan por la mañana siendo tipos normales a excepción de Supermán, que ya se levanta siendo Supermán, tiene su punto divertido y tarantiniano. Y hasta filosófico, diría yo. Lo demás lo veo inquieto en el sofá, mirando los minutos de reojo, deseando que acabe la cháchara con los cinco golpes fatídicos en el corazón. Donde los críticos de renombre y los tertulianos de postín se reconciliaban con Tarantino, y decían que por fin había vuelto a la recta senda del cineasta y bla, bla, bla, nosotros, los espectadores plebeyos y muy poco sofisticados, los que íbamos disfrutando como tontos de las violencias en caricatura, de las tontacas de la venganza, nos sentimos muy culpables de bostezar un tantico así, absorbiendo más aire de lo debido. Pero sólo un poquito, repito. 



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Kill Bill. Volumen 1

🌟🌟🌟🌟

La primera vez que vi Kill Bill fue el 11 de marzo de 2004, el mismo día en que los terroristas islámicos reventaron aquellos trenes infaustos de Madrid. Fue en un cine de Invernalia, en la primera sesión de la tarde. Nos juntamos allí veinte o treinta personas que habíamos decidido ver una de Tarantino para limpiar con violencia de mentira la violencia de verdad que nos había dejado noqueados. Quien diga que la violencia de Kill Bill es nociva para el espíritu, e incita a cometer más violencias fuera de los cines, o de los salones de casa, no tiene ni puta idea de lo que dice. Quien asi habla no estuvo aquel día, en aquella sala, lavándose con sangre artificial, con coreografía de cómic, con gilipolladas de kung-fu, la sangre real que nos había saltado a la cara desde los reportajes del telediario. 

    A los encargados de censurar imágenes en el telediario se les escaparon -o dejaron escapar- varios muertos que permanecían inmóviles en sus asientos, apoyadas las cabezas en los respaldos o en los laterales reventados de los vagones. Creo que a ningún españolito se le iban esas víctimas de la cabeza. Eran como cualquiera de nosotros, vestidos con ropa de paseo o de trabajo, viajeros de un tren que todos habíamos tomado alguna vez. Mientras los sociópatas que nos gobernaban utilizaban la masacre para asustarnos con el coco de ETA y arañar trescientos mil votos decisivos, los ciudadanos, que ya escuchábamos en las noticias el lejano tronar del jamalajá, seguíamos a nuestros quehaceres con la imagen de aquel hombre y de aquella mujer reventados por dentro, mansamente desmadejados en su trayecto ya detenido para siempre.



           Cómo será de buena, de entretenida, de bien hecha, Kill Bill, que yo juraría que no sólo yo, sino todos los demás refugiados en aquella sala, llegamos a olvidar, durante dos horas, aquella movida madrileña tan poco fiestera y enrollada. Pero la ilusión duro poco: al salir del cine rápidamente volvimos a los telediarios, a las radios, a las webs cochambrosas que por entonces no adelantaban demasiado los contenidos. Kill Bill, volumen 1, tuvo que esperar nuevas oportunidades para ser valorada en su justa medida. Y que se vayan al carajo, los que dicen que es una película vacía, de personajes mal dibujados y trama más bien esquemática. Porque fue esa simpleza, esa tontuna, esa aparente nadería, la que aquella tarde nos concedió el respiro del alma y la sensación rediviva de normalidad. 




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