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Judas y el mesías negro

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“Algunos romanos trataron mal a los españoles y, por ello, un pastor llamado Viriato juntó a unos cuantos valientes y les hizo la guerra. Viriato venció a los romanos en muchísimas batallas, y como no podían con él, le ofrecieron dinero a tres de sus capitanes y éstos le mataron mientras dormía”.

Jodó... Es que está clavado, o casi, el argumento. Un spoiler de “Judas y el mesías negro” como la copa de un pino, escrito hace más de cuarenta años en “El Parvulito”, de la editorial Álvarez, que era nuestro libro de texto en el parvulito, precisamente. Yo el texto no lo recordaba, pero sí el dibujo, muy gráfico, de los tres lusitanos que apuñalaban a Viriato en su cama, en la tienda de campaña. Tengo aquel Parvulito clavado en la memoria gráfica, y a veces, cuando las películas soplan las hojas del álbum, las viñetas regresan a la vida y siento un estremecimiento por el tiempo que pasó, y por lo mucho que aprendí. Allí, en "El Parvulito", estaba concentrado todo el saber: la comprensión básica de la vida, de la historia, de los seres humanos... Lo demás sólo ha sido una ampliación de la materia.

Roma sigue pagando traidores dos milenios después. De hecho, si no pagara traidores, no seguiría existiendo. Quien dice Roma dice Estados Unidos o el Imperio Británico. Es lo mismo. El mismo amo con distinto collar. El Gobierno de Murcia, sin ir más lejos, que hace unas semanas también pagó a tres ciudadanos de Ciudadanos para que acuchillaran metafóricamente a su jefe de filas. Nada ha cambiado. Ni siquiera la forma de pago: a los diputados, como a los capitanes de Viriato, se les sigue ofreciendo una bonificación en metálico y otra en especias. Una finca en Emérita Augusta o un apartamento en la manga del Mar Menor; una cuadriga último modelo o un 4x4 que atruene por la autopista; un bono para el puticlub de Cartago Nova o un volquete de putas recién llegado de Madrid.

El judas negro de la película es mucho más miserable que todos estos traidores. Su recompensa por acabar con Fred Hampton, el líder de los Panteras Negras, es, simplemente, no ir a la cárcel. Quedarse como estaba, como las virgencitas que rezan a Jesús. Porca miseria. Roma paga traidores, sí, pero a veces, simplemente, le basta con no cobrarles.


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Déjame salir (Get Out)

🌟🌟🌟🌟

(Contiene spoilers morrocotudos...)

A Chris, un muchacho tan afable como tímido, le ha tocado en la lotería del amor una novia guapísima, sexy, irresistible. Que ella sea blanca y él negro no es impedimento para que el amor se les desborde en cada mirada y en cada beso. 

    Varios meses después de conocerse, ella le propone ir a conocer a sus padres, que son gente de mucho dinero que vive a orillas de un lago, en una casa de ensueño. Chris, nervioso, mientras su novia conduce a través de los bosques, recuerda aquella película titulada Adivina quién viene esta noche y la cara contrariada que puso aquel matrimonio al descubrir que el novio de la nenita era un hombre de color, y por tanto sospechosos, por muchos títulos universitarios que pudiera plantarles en los morros. Chris se consuela pensando que aquello era otra época, y otro racismo más descarnado. Su novia, además, que se descojona de la risa con sus resquemores, jura y perjura que sus padres son gente 0% materia grasa en esas cuestiones. Pero Chris no las tiene todas consigo...


    A llegar a la mansión todo es afabilidad y buen rollo con sus futuros suegros. Los Armitage son una familia moderna, desprejuiciada, votantes de Barack Obama que lamentan la ley que limita a dos sus mandatos presidenciales. Son tan guays, tan abiertos, tan absolutamente encantadores, que a Chris se le disparan los viejos recelos: trescientos años de esclavitud han forjado en él una desconfianza innata hacia los hombres blancos que sonríen demasiado. Tanta demostración liberal  le escama más que un recibimiento gélido e incluso hostil. Para esto venía preparado; para lo otro, no. Es como una película de terror en la que todo el mundo esconde sus intenciones tras una máscara sonriente del Joker. 

    Y Get Out, efectivamente, que al principio es una comedia romántica, y luego un remake inquietante de Adivina quién viene esta noche, se convertirá en una película de terror con todas las de la ley.



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Black Mirror: 15 millones de méritos (y 2)


🌟🌟🌟🌟

La otra lectura terrible de 15 millones de méritos es que las personas que luchan por cambiar el sistema terminan siendo fagocitadas por el mismo, y convertidas, a su pesar, en otra distracción para las masas. En hologramas que animan el pedaleo, o entretienen las noches de cansancio. Esto ya lo intuíamos desde que el Che Guevara fuera inscrito en las camisetas, y convertido en icono pop. Comprado por los mismos que decimos admirarlo y tenerle presente en nuestras rojas oraciones. Ahora que llueven ladrones de punta en nuestro país, y que necesitamos sabios que agiten nuestras conciencias, el sistema ha vuelto a reaccionar con contundencia. Los podemitas a los que yo tanto quiero -y a los que tanto critico también- han hecho el viaje completo entre el auge y la caída. Ellos se dieron a conocer en los medios de comunicación, y saltaron a nuestras vidas para hacernos ciudadanos responsables. Y finalmente, cuando pasaron de ser una curiosidad zoológica a un peligro mayúsculo, los mismos intereses que los promocionaron los reabsorbieron, y los reclamaron como suyos, y los encerraron de nuevo en el televisor para animar los magacines matinales, y las tertulias nocturnas, poniéndolos en igualdad moral con esos indeseables que desean lo peor para usted y para mí. El debate político se ha convertido en un circo, en un espectáculo. Un teatrillo de guiñoles que se olvida nada más irse uno a la cama.

    Las personas de mi generación recordarán que al principio de Supermán, allá en el planeta Krypton, la pena impuesta al general Zod y sus compinches por el delito de rebeldía no es la muerte, ni la cárcel, ni el destierro a otro planeta. Simplemente se les encierra en un cuadrado bidimensional que flota por el espacio para que ya no se oigan sus gritos, ni se escuchen sus advertencias.



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Black Mirror: 15 millones de méritos

🌟🌟🌟🌟

En la distopía de Black Mirror: 15 millones de méritos, las clases obreras sólo tienen dos destinos en la vida: pedalear continuamente sobre bicicletas estáticas para producir la electricidad que mueve el mundo, o aparecer en las pantallas que entretienen a esos mismos pedaleantes, cantando, bailando o protagonizando shows televisivos de lo cutre. En los pabellones donde viven los artistas, los alimentos son naturales, las habitaciones más espaciosas, y los paisajes tras las ventanas verdaderos bosques y montañas. Previo pago de quince millones de créditos, que son muchos meses de esfuerzo sobre el sillín, quienes desean escapar del sudor y alcanzar esa vida más digna se presentan al casting de Hot Shot para ser evaluados por un tribunal tan exigente como recoñón, en una parodia de Operación Triunfo que casi no necesita caricatura, ni exageración.

    Parece una distopía terrible, ésta que propone Black Mirror en su segunda entrega, pero en realidad el asunto nos resulta terriblemente familiar. No hay mucha diferencia entre levantarse a las seis de la mañana para servir desayunos o limpiar los retretes (que es el quehacer cotidiano de nuestras clases humildes) o cabalgar en esas bicicletas generatrices como hacen los infortunados del futuro. En un mundo como el nuestro, que ha convertido la educación en una broma de mal gusto, y le ha quitado cualquier propósito de realización personal, o de mérito para ascender en el escalafón, nuestros vecinos también viven esclavizados por sus trabajos, y embrutecidos por su des-formación. Cuando a las diez de la noche se derrumban ante la tele para soñar, la única alternativa que encuentran es el éxito instantáneo, la fama vacía. Ya no hay caminos intermedios ni honorables. El todo o la nada. El ganador o el perdedor. O entretener a los galeotes, o remar junto a ellos. Los americanos han ganado la guerra, y su Black Mirror -ésste muy real y cercano- da mucho más miedo que el británico de la ficción.




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