Annie Hall
Separación
🌟🌟
Acabo de leer -porque me
aburría, y porque esto iba para largo- que “Separación” ni siquiera termina al
terminar. Que deja los enigmas colgando para que te apuntes a una segunda
temporada ya contratada. Pues mira: que les den. A los “dentris” y a los “fueris”.
A todos. Ya basta de tomaduras de pelo. Y de tomaduras de tiempo. El tiempo es
el bien más valioso que tenemos, y estos tipos de la tele nos lo succionan con
unas maquinarias silenciosas y ultrasecretas. ¿Qué harán, luego, en el mercado
negro, con el tiempo que nos roban? ¿Se lo venderán a los ricachones a cien mil
euros la hora? ¿A doscientos mil? Da igual, ellos pueden pagarlo. ¿Será por eso
que los ricos cada vez viven más y los pobres cada vez menos? ¿Y si la
esperanza de vida no cayera solo por el desmantelamiento del Estado del
Bienestar -que también- sino porque además nos roban el tiempo en las
plataformas como nos roban el dinero en los bancos o las ilusiones en las
elecciones? ¿En eso consistía, después de todo, la Edad de Oro de la
televisión? ¿En otro atraco al proletariado? ¿Una anestesia, una trampa, un
opio del pueblo? ¿Un sacacuartos de relojes de arena? Bah.
Ahí dejo la idea, para
una serie futurista. O no futurista...
Además de aburrida,
“Separación” plantea un futuro laboral que ni siquiera es distópico. Que ni siquiera
mete miedo. Yo mismo tengo una mente escindida sin necesidad de llevar un implante
neurológico, de tal modo que cuando voy a trabajar, el Álvaro de fuera queda
marginado del pensamiento, y cuando salgo de trabajar, el Álvaro funcionarial
queda olvidado entre brumas impenetrables, diríase que escocesas. Mi hijo
mismo, que ha empezado a trabajar en la hostelería, me confiesa que metido en
faena no tiene tiempo ni para recordar cómo se llama, y que cuando sale de
trabajar su mente se recupera tratando de olvidar. Pues eso. Que menudo invento
de mierda, lo de la cápsula. Ni siquiera eso.
La zona muerta
En La zona muerta, Christopher Walken es un profesor de instituto que tras sufrir un accidente de coche adquiere el poder de adivinarte el futuro cuando te estrecha la mano. Pero nunca te saca el porvenir de las buenas noticias: el aumento de sueldo, la victoria de tu equipo, el revolcón con la mujer largamente deseada... Nuestro protagonista sólo posee la clarividencia de las desgracias, de las muertes trágicas. De los hundimientos de tu economía. No es, por tanto, un chollo de amigo, ni una suerte de cuñado. Hay que tener un par de bemoles para ir a su casa y pedirle consejo en una sesión de "estrechamiento manual". Cuando Christopher Walken vislumbra tu dolor, tu accidente, tu muerte sangrienta, el pobre hombre se agita en convulsiones como si le azuzaran con una picana. Y siendo ya de por sí un tipo de ojos saltones, éstos todavía se le asoman más al precipicio, amenazando con convertirse en yoyós de materia orgánica y viscosa.
La puerta del cielo
Hace algún tiempo, en el buzón de sugerencias de este blog, apareció la inquietud de un lector que me recomendaba la versión de tres horas y media de La puerta del cielo que acababa de emerger en los mares del pirateo. Tantos adjetivos le colgó, y tan sinceros salían de su escritura, que apenas tardé unos minutos en fletar el barco y ponerme manos a la obra. La he tenido en las bodegas durante meses, La puerta del cielo, porque tres horas y media no se las salta ni un gitano cinéfilo, y había que buscar la tarde propicia, veraniega y lánguida, después de la siesta del Tour del Francia, con un paréntesis de avituallamiento a la hora de cenar. Un día entero, vamos, dedicado a la memoria de Michael Cimino, que por esas cosas del destino se nos ha muerto justo cuando yo barajaba fechas para la función.
El funeral
Veo, en la sobremesa sudorosa de finales de mayo, El funeral, película rescatada del túnel del tiempo gracias al dinero que me gasto en el satélite Astra. Recuerdo que los críticos, en su tiempo, decían que esta película de Abel Ferrara iba para obra maestra definitiva del género. Recuerdo que la vi hace la porra de años en un cine de León, en compañía de cuatro gatos silenciosos. Recuerdo que me gustó, y que comulgué con el entusiasmo gafapástico de la crítica. Que me sentí, una vez más, miembro iniciado de la secta. Pero luego llegó el tiempo, y el sosiego que analiza las películas con más frialdad, y El funeral se quedó en los puestos mediocres de las 50 mejores películas de gánsters de todos los tiempos.