Mostrando entradas con la etiqueta Charlotte Gainsbourg. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Charlotte Gainsbourg. Mostrar todas las entradas

El acusado

🌟🌟🌟🌟

En Francia, cuando terminan de ver “El acusado”, los espectadores se lanzan a debatir el fondo de la cuestión. En España no. Primero porque aquí el cine francés apenas existe en las carteleras y en las plataformas digitales, y casi nadie ha visto la película. Y segundo porque en España este debate ya nadie se atreve a plantearlo. En público supone el linchamiento inmediato, y en privado, tres cuartos de lo mismo. Pero bueno: aunque sea con mucho tiento, voy a meterme en el berenjenal. Para empezar, ni siquiera debería decir berenjenal, porque la berenjena se parece demasiado a un falo, como atestigua el emoticono de WhatsApp, y la berenjena, por tanto, ya es falocéntrica, patriarcado de toda la vida.

No hace mucho, una de las pretorianas de Irene Montero afirmó que todos los hombres somos unos violadores en potencia. Lo que siendo estrictamente verdad -pues en “potencia” casi se puede ser cualquier cosa- no deja de ser una maldad lacerante. Una misandria elevada al cubo. Ese es el nivel de debate en ciertos sectores del partido al que yo mismo voto. O votaba, que ya no sé. Como para ver “El acusado” y salir a conversar alegremente por ahí, incluso declarándome simpatizante del rojerío bolivariano.

Me quedé de piedra cuando leí aquella declaraicón. De pronto quedaba inaugurado un tiempo sin matices en el que todos los hombres éramos unos violadores a merced de un arrebato. De los violadores de la Manada, por poner un ejemplo, ya no nos separaba un absoluto moral. Los mismos que seguíamos el caso por la tele y pedíamos que les condenaran a la castración -o a algo parecido- de pronto nos tapábamos las partes por si se resbalaba el hacha del verdugo. Los hombres ya éramos de nuevo culpables de nacimiento, pecadores originales, como si nos hubieran revertido el sacramento del bautismo.

“Yo sí te creo”, rezan las pancartas más entusiastas. Pues mira: según. La mayoría de las veces puede que sí. Pero conozco varias historias -reales, cercanas, dolorosas- en las que no había que creer a la denunciante. O no del todo. En la peli, por ejemplo, yo creo a Mila; pero también le creo a él. Nos pasa, supongo, a la mayoría silenciosa.





Leer más...

Melancholia

🌟🌟🌟🌟🌟

El mero hecho de vivir ya es una melancolía constante. Todo sucede una sola vez y se esfuma para siempre. Nunca te bañarás dos veces en el mismo río, dijo Heráclito de Éfeso, y ahí empezó la gran melancolía que siglos después retomó Lars von Trier para su película.

    Todo está condenado a extinguirse. Nosotros moriremos, y nuestros recuerdos morirán con nosotros. Nuestros hijos, que ahora nos parecen inmortales, también morirán algún día, y rogamos a los dioses cada mañana para no llegar vivos a ese momento. Nuestro paso por la vida será borrado por completo. Al final se perderán nuestros genes, se borrarán nuestras fotografías, se rayaran nuestros discursos. Se quemarán nuestras escrituras en los fogones de los servidores. Desapareceremos. Y será como si nunca hubiésemos existido. La esperanza que Black Mirror depositó en San Junipero sólo es un cuento para adultos. La nana infantil que por una noche nos libró de la angustia y del mal sueño. Por mucho que TCKR Systems nos curara de la melancolía, y pudiera regalarnos una eternidad erótico-festiva donde el río de Heráclito se secara, llegará un día en que las mismas máquinas se oxidarán y las cucarachas sin conocimientos informáticos tomarán el relevo de la obra divina. ¿Y si ellas fueran, finalmente, las depositarias de las Sagradas Escrituras? ¿Ellas la imagen y la semejanza? 

Pero las cucarachas, con toda su preeminencia, también serán pasto de la melancolía. Tras su largo reinado sin Cucal aerosol, la Tierra será despedazada por el impacto con un cometa, o por el choque con un planeta descarriado como el de la película. O eso, o será convertida en fosfatina por un rayo láser de la Estrella de la Muerte, que pasaba por allí y decidió hacer prácticas camino de Alderaan. Y si no suceden estas cosas terribles -que sólo son probabilidades catastróficas- queda la certeza insoslayable de que el Sol acabará por calcinarnos y engullirnos.  Todo lo que ahora vemos, tocamos, soñamos o juramos como amor eterno, se convertirá en gas informe, en átomos disueltos, en polvo de estrellas. El origen, quizá, de nuevos sistemas y mundos. Parece bonito, sí, poético incluso, pero es una mierda pinchada en un palo. Es la melancolía. 





Leer más...

Nymphomaniac II

🌟

Descubro, horrorizado, antes de ver Nymphomaniac II, que la señora H., personaje inolvidable de la primera parte, era Uma Thurman. La mismísima Uma Karuna. Y digo horrorizado no porque ella se haya vuelto fea, o tristemente vieja, que de momento los dioses la conservan hermosa, sino porque yo, en mi ceguera, en mi sordera, en mi temprana senectud, no fui capaz de reconocerla. Diez minutos de pantalla para ella sola, gritando, llorando, gritándole de todo al adúltero marido, y yo, en mi sofá, pensando para mí: “Este tipo es un imbécil. Con una mujer como ésta, ¿por qué se va con la ninfómana sin alma ni conciencia”? Quizá mi demencia, mi vejez, mi ocaso definitivo, empiece así, con un rostro amado que no reconozco, con un viejo amor al que no saludo.





Nymphomaniac II es un despropósito aún más delirante que la primera entrega. Al menos en Nymphomaniac I había escenas de sexo, y una chica muy guapa que las practicaba, y eso iba salpicando la trama de pequeñas alegrías que te empujaban a perseverar. Uno, además, que también tiene su puntito de humanidad, guardaba cierto interés en descubrir el destino final de Joe, la pelandusca del pecho plano y el espíritu torturado. Pero ahora, en Nymphomaniac II, por un azar femenino de la biología, su clítoris ya no responde a los estímulos, y Joe (que ya no es la actriz anterior, sino la macilenta y demacrada Charlotte Gainsbourg ), ahora camina vagabunda por la ciudad, desconsolada y perdida. 

    Para nuestro desconsuelo de espectadores pervertidos, Joe abandonará las camas y se lanzará a los caminos del masoquismo, del matonismo, del parlamentarismo incluso, pues no va a dejar de hablar en toda la película, contándole a un anciano anacoreta su triste pasado de tragasables. Del sexo oral hemos pasado, en profunda decepción, al sexo oralizado. Nymphomaniac II es un coñazo (valga la expresión). Una película prescindible que voy pasando primero a saltos de un minuto, luego de dos, y ya finalmente de tres, como las uvas que se comían el ciego y el muchacho en  "El lazarillo de Tormes". Tendría que habérmelo imaginado desde el principio: ¿Lars von Trier desnudando por fuera y por dentro a las mujeres? Vamos, hombre. Una excusa barata para rodar pornografía (que se agradece), para dar clases de filosofía (que ya sabíamos), y para hacer un análisis profundo del alma femenina (que es un asunto incognoscible).


Leer más...

Nymphomaniac I

🌟🌟🌟

Los habitantes de la casa me interrumpen dos veces mientras veo, en la primera sobremesa de las vacaciones, Nymphomaniac I, que no es la película porno que un amigo me dejó, o que quedó grabada en el vídeo del Canal +, si no la última película de Lars von Trier, un danés extraño que lo mismo te deja fascinado en Melancholia que te proporciona argumentos para asesinarlo en Anticristo.

    Nymphomaniac I cuenta exactamente lo que promete en el título: las fogosas aventuras sexuales, ninfomaníacas, de una mujer carente de límites llamada Joe. Desde que una amiga del insti le mostró los misterios de lo genital jugando a las “ranas frotadoras”, Joe se lanza a una vida de lujuria en la que experimenta con cualquier hombre o con cualquier mujer que se le ponga a tiro. Ella no hace distingos entre guapos y feos, entre ricos y pobres, entre delgados y gordos. Joe es una mujer pansexual, ecuménica, que se ofrece al primero que pasa para hacerle feliz, sin cobrarle nada a cambio. En la película no lo cuentan, pero dicen las crónicas que las putas de la ciudad quisieron pegarle una vez, y poner una denuncia en comisaría por competencia desleal. Esa sí que hubiese sido una gran película, Putas contra Ninfómanas, con un remate final de peleas sobre el barro y reconciliaciones femeninas sobre la cama. Mientras tanto, los hombres del barrio agradecen a los dioses que Joe se haya criado allí, y no diez manzanas más arriba, y llenan las iglesias los domingos por la mañana para dar gracias a los dioses.




Decía, al principio, que me han interrumpido dos veces mientras veía Nymphomaniac I. En dos horas que dura la película -aunque la hayan publicitado con mucho escándalo y mucho jadeo- no son más de tres minutos los que podríamos considerar pornográficos, con algún lameteo de pezón y algún pene que nada más ser descubierto por el espectador se introduce ágilmente en la vagina, como un conejo en su madriguera. Los 117 minutos restantes son cháchara, preparación y consecuencias. También hay amor verdadero, esposas que lloran, y un padre querido que se muere en el hospital. Hay mucha gente vestida en Nymphomaniac I. Pero ya he contado alguna vez que en mi casa, tal vez porque tengo los auriculares demasiado altos, o porque hago ruiditos inconscientes sobre los muelles desgastados del sofá, siempre me interrumpen en lo más sagrado del asunto para preguntar una tontería, o para decirme que se van a la calle. Pero no se van, claro, no al instante, porque se quedan allí de pie, mirando alternativamente  la película y el espectador, pensando si me he vuelto loco de verdad y ya no me importa ver una película porno en plena sobremesa. Mientras Joe cabalga alegremente sobre la base de un pene anónimo, yo me abstengo de dar cualquier explicación. Porque me quedo mudo del embarazo, y porque además no me iban a creer. Al final se van, tartamudeando una disculpa, sin que el mondongo de la pantalla haya terminado. Luego, por la noche, cuando nos juntamos para cenar, todo el mundo se hace el sueco con el asunto; ni yo he visto, ni ellos me han visto.



Leer más...

Anticristo

🌟

Por la noche, para reposar el sudor grasiento de la bicicleta estática, me despatarro en el sofá y veo Anticristo. Harto ya de esperar a que la pasen en los canales de pago, he decidido cañonear el barco danés en alta mar y quedarme, provisonalmente, con su tesoro. 

Venía yo con ganas de enfrentarme a la enésima locura del amigo Lars, después de la experiencia demoledora de hace dos semanas con Melancholia. Y no empieza mal, Anticristo, con esa tragedia morrocotuda narrada en blanco y negro y ese amor explícito que siempre anima a seguir viendo la película. Pero luego... Qué decir, a quien ya la haya visto. Y qué decir, también, a quien no la haya visto... Lars no ha hecho esta vez una película para el espectador, sino para sí mismo, con claves y referencias que sólo él entenderá. Como Fellini, como Buñuel, como Saura, cuando nos contaban sus sueños y sus obsesiones y todos poníamos cara de enterados, aunque no nos enterásemos de nada, sólo para que no nos acusaran de simplones. Pero con ellos, al menos, no tenías que apartar la mirada en ciertos momentos, asqueado de las heridas y de las torturas. De ese pedazo de carne en particular que salta y salpica y que ya es un hito, asqueroso y gratuito, en la memoria particular de mis aprensiones. Y en la de todos, supongo.




Leer más...