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Capitán Phillips

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Uno siempre se ha preguntado qué haría en una situación límite como la que vive el capitán Phillips en la película que narra su desventura. Uno se imagina secuestrado por un grupo de somalíes belicosos, encerrado en un bote de salvamento camino de la costa pirata, y lo primero que se le viene a la cabeza es una flojera de esfínteres, un desmayo, una escena patética de súplicas y besapiés. John Turturro en el Miller's Crossing...

    Uno, por fortuna, jamás se las ha visto con tipejos armados que chillan y amenazan de muerte. Ni un simple atraco de yonqui, que ya es decir, siempre viviendo en provincias, alejado del mundanal ruido, con pocas cosas que hacer en las madrugadas tentadoras. Hay quien dice que los héroes surgen insospechados y sorpresivos, y que es la circunstancia, y no la predisposición, quien los fabrica en el momento. Pero no lo creo. Ya son muchos los años que he pasado en mi propia compañía, y me conozco lo suficiente para saber que en el lugar del capitán Phillips me habría comportado como un cobarde, como una auténtica nenaza. Como aquel capitán infausto del Costa Concordia... Todas las cosas que Tom Hanks discurre con inteligencia preclara en la película a mí se me irían por el ojete de puro canguelo, y no hubiera sobrevivido ni a la mitad de las tesituras que este hombre tuvo que pasar.  



    Por lo demás, hay quien dice que Paul Greengrass ha perdido una oportunidad de oro para hacer pedagogía política con su película. Que los malos del asunto le han quedado demasiado malos, casi caricaturescos, negros chillones que desorbitan los ojos armados del Kalashnikov. Sólo al principio de la película, en cuatro pinceladas apresuradas, nos cuentan que estos piratas se lanzan al mar obligados, amenazados por los señores de la guerra que luego se llevan la pasta gansa de los rescates. Pero, luego, en el transcurso de la refriega, los moros resignados a su suerte se convierten en malos de pacotilla que se dejan llevar por la violencia gratuita y gritan consignas muy islamistas contra los yanquis. Que una película esté basada en hechos reales no significa, en principio, que plasme al dedillo los hechos reales. Sólo el capitán Phillips verdadero conoce la desviación -si es que la hay- entre la realidad y la ficción.




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