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Yo le
digo, caballero,
que los
niños ya quieren jugar...
… cantaba Carlos Santana en Let the children play. Y si con ese ritmo sandunguero, y esa manera
de acariciar la guitarra, no se refería al despertar sexual de los adolescentes,
la insinuación e ben trovata y me viene de perlas para la ocasión.
Incluso
fuera del mundo y de la civilización, los chavales aprenden a distinguir una
zona erógena de la que no lo es, y le sacan buen provecho en resignada soledad,
o en gozosa compañía. En El Lago Azul,
Brooke Shields y su amiguito naufragaban en la isla desierta y a los
pocos años, llegada la pubertad, ya estaban dándose candela entre los
cocoteros, y entre las olas del mar, guiados por el instinto. A mi perrito
Eddie, que sabe bien lo que hace cuando corretea por el mundo, jamás he tenido
que ponerle un vídeo de perros chingando como los que pone David Broncano en La Resistencia. Lo que natura ya da de
por sí, Salamanca no tiene que prestarlo.
Yorgos Lanthimos, sin embargo, en su experimento fílmico
titulado Canino, viene a decir que si
criamos a tres hermanos aislados del mundo y de la tele, en un chalet con
piscina del Peloponeso, y les dejamos experimentar por su cuenta los resortes eróticos
del cuerpo, sólo el hermano varón sentirá algo parecido al deseo sexual cuando
le salgan pelos en los testículos, mientras que ellas, sus dos hermanas, virginales
de obra y de palabra, vivirán en la inopia de la fuente placentera que guardan
entre las piernas. Una conclusión cuestionable, inverosímil, que en estos
tiempos modernos ya sólo pueden defender los carpetovetónicos de la moral y
las costumbres. Los que creen que la sexualidad de las mujeres es el unicornio de la fisiología. Gentes que allá en Grecia, ante la falta de vestigios históricos
de los carpetanos y los vetones, que solo aquí prosperaron, habrá que llamar, por ejemplo,
doricojónicocorintios.