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Amor

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Tanta pasión para nada es un libro de Julio Llamazares que leí y olvidé como casi todos, afectado por una desmemoria literaria que algún día comentaré con mi psicoanalista. Pero me quedé con el título, tanta pasión para nada, como un resumen de la vida misma, como una queja existencial del pesimista recalcitrante. Lo repito de vez en cuando en la tertulia con el amigo, en el desahogo del blog, en la confidencia tras el coito, pero no crean que voy por ahí cabizbajo, enfadado con las piedras, y encabronado con los dioses. A mí, como a Ricky Fitts en American Beauty, también me abruma la belleza que hay en el mundo, y a veces siento que no la puedo resistir, y que mi corazón, como el suyo, también está a punto de colapsar. Me abruma la belleza, y el amor, y la visita del hijo, y la película perfecta, y mi perrete corriendo por el campo, y la borrachera ocasional, y un par de cerezas que mangas de un árbol y te explotan en la boca. El orgasmo que llega como una oleada de agua salada propia y ajena...



    Pero sí, qué quieren que les diga: la vida, en el fondo, desnuda de poesías, deshuesada de lirismos, es una pasión sin objetivo. Lágrimas de alegría y tristeza que se llevará la lluvia por la alcantarilla, como dijo el sabio replicante antes de morir. Ningún dios nos espera al final del camino para recoger las lágrimas en una vasija y volver a beberlas. “Sólo vale la pena vivir / para vivir”, cantaba Serrat. Y lo mismo podríamos decir del amor: amar tampoco tiene objetivo alguno. Sólo eso: amar, día a día, partido a partido, en un romanticismo perseverante del Cholo Simeone. Amar por el mero placer de amar, por el mero deber de amar, aunque al final del camino, si ha habido suerte, y la salud nos respeta, nos espere la decrepitud y la muerte. No debería disuadirnos el final cruel de los amores longevos. La mierda que hay que limpiar, o las torpezas que hay que soportar. Donde termina el sendero de las baldosas amarillas no hay ningún arcoiris: sólo una cama de hospital, o una postración en la propia. Dolor y reproches. Una pena infinita. Un asomo al vacío en los ojos ajenos. Tanta pasión para nada... ¿Y qué?



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