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Ali

🌟🌟🌟

Ali no es la primera película que veo sólo porque ando enamoriscado de su actriz protagonista. Ni será la última. Ninguna referencia negativa es capaz de detenerme cuando corro en pos de la mujer amada. Ni los abucheos de la crítica ni las maldades de los cinéfilos me hacen desistir del empeño. No me detuvieron cuando me enfrenté a Los crímenes de Oxford persiguiendo la anatomía de Leonor Watling; no me salvaron del martillazo de Thor cuando me sorprendió robándole el amor de Natalie Portman. Cuando voy embobado y medio imbécil, salto al vacío y me precipito sobre películas que sé, de antemano, que no van a dejarme huella ni sustancia. 

De gentes como yo vivió durante décadas el star system de Hollywood. Las salas se llenaban de espectadores que iban simplemente a enamorarse de sus estrellas favoritas, en citas que se repetían dos o tres veces al año porque la maquinaria de los estudios iba bien engrasada, y producía películas a destajo. Hoy en día, sin embargo, sólo los adolescentes y los gilipollas seguimos a ciegas estos dictados impulsivos del corazón, inmaduros los unos, irrecuperables los otros.

Ali no es una mala película. Líbrenme los dioses de tal afirmación. A ratos te pierdes y a ratos regresas, pero en ningún momento te asalta la tentación del abandono. Tiene sus gracias, sus diálogos, sus idiosincrasias ibéricas. Pero nunca se hubiera estrenado en mi salón de no ser porque vivo enamorado de Nadia de Santiago, desde aquel día que la descubrí en las páginas de la revista Cinemanía sonriendo sobre su lote de DVDs. Sólo por Nadia, como Nadia Comaneci, o Nadia Galaz, me he dejado liar; sólo por ella voy a concederle a Ali este aprobado benevolente y bonachón. Leo con desespero que Nadia ha vuelto al mundo de la televisión, donde las series son eternas, y vienen troceadas por la publicidad, y además no son ni chicha ni limoná. No habrá, de momento, más películas suyas. La quiero mucho, pero hasta la tele no puedo seguirla. Por encima del amor están los principios. 




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