Un día en Nueva York con Woody Allen

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“Rebajas de enero” –aquella canción de Joaquín Sabina que hablaba de los amores resignados y confortables-, terminaba con estos versos: “Emociones fuertes / buscadlas en otra canción”. Y así termina, también, esta entrevista de David Trueba a Woody Allen. Porque al final de los títulos de crédito, justo después de declarar que ningún animal fue lastimado durante la grabación, ponen que si queréis morbo sexual y judicial leeros la autobiografía que el propio Allen publicó en Alianza. Y si queréis morbo duro, testimonios hardcore, pasaros por los foros de las podemitas cuando piden para el señor Konigsberg los mismos castigos que padeció Nuestro Señor Jesucristo en estas fechas tan señaladas.

David Trueba ha venido a Manhattan para hablar de cine y nada más. Y de cine en plan directores de cine, germanía de rodajes, nada de preguntas de aficionado: cómo desarrollas los guiones, cómo te llevas con el montador, qué consejos recibes del director de fotografía... ¿Algún actor te ha tocado mucho los cojones? Cosas así. Son cuestiones interesantes, pero no es quizá lo que esperábamos. Y que conste que yo no venía por el morbo -porque tengo bastante claro el “asuntillo” - pero sí, al menos, escuchar algún chiste coñón o alguna perla de sabiduría.

Sólo cuando David y Woody rememoran las viejas películas y sale a la palestra el nombre de Mia Farrow uno se tensa un poco en el sofá. Pero nada: Allen la menciona como quien recuerda a una vieja vecina del quinto derecha. "Una gran actriz y tal..." Su autodominio es absoluto. Su pasotismo también. Yo echaría espumarajos por la boca.

Al final de la entrevista yo me pregunto si Woody Allen sabe que quien le está entrevistando es un director de prestigio en España y no el interviewer random de una revista especializada. David Trueba... su aspecto físico es muy curioso: al principio, ya que estamos en Nueva York, dirías que se da un aire a Andy Warhol, con esas gafas y ese pelazo de canoso interesante, pero luego, a medida que avanza la entrevista, puedes observar que de tanto admirar el cine de Woody Allen comienza a sufrir una metamorfosis al más puro estilo de Leonard Zelig.




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A Roma con amor

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La ciudad de Roma no sale mucho en la película. Si esto es “A Roma con amor”, a saber cómo habría sido “A Roma con indiferencia”... Barcelona, por cierto, tampoco salía mucho en “Vicky Cristína Ídem”. La Sagrada Familia y a correr. El resto eran tres bellezones tirándole los tejos a Javier Bardem: Vicky, Cristina y Penélope. El sueño erótico de una spanish noche de verano.

París, sin embargo, sí salía mucho en “Midnight in París”. Es más: tenía un prólogo musical dedicado exclusivamente a su belleza. El otoño de París es imbatible, que diría nuestro presidente. Se nota que Woody Allen encontró allí su refugio tras escapar de la caza de brujas. (Por cierto: ¿qué pinta Greta Gerwig en esta película? En el año 2012 Allen ya había sido juzgado y absuelto por los mismos delitos a los que luego doña Barbie sí otorgo credibilidad. Dijo, muy llorosa, que se arrepentía de haber trabajado con él. Hay que tener mucha jeta... Doña Trampolines... Menos mal que su cara dura no sale mucho en la película).

Roma, por alguna razón que desconozco, siempre sale en plano cerrado y poco generoso. Se ve alguna plazuela, alguna calle del Trastevere, la Plaza de España un poco en escorzo... Poca cosa para todas las maravillas que allí se encierran. Un pequeño chasco. Menos mal que para hacer turismo romano siempre nos quedará Jep Gambardella paseando por  “La Gran Belleza”. 

No parece que Woody Allen se enamorara de Roma precisamente. Pero a saber: quizá le denegaron permisos o las podemitas del Lacio le boicoteron el rodaje. Podría buscarlo en internet pero me puede la pereza. La película está bien ma non troppo. Si dividimos las películas de Allen en cinco categorías -obras maestras, cojonudas, revisitables, intrascendentes y truñescas- “A Roma con amor” tiene un pie en el “revisitable” y otro en el “intrascendente”. Menos mal que está la ocurrencia de la ducha. Y que sale Roberto Benigni haciendo el payaso (en el buen sentido). Y Penélope, muy escotada, y resalada. 





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La última noche de Boris Grushenko

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Uno de los apodos que sopesé cuando entré en los mundos virtuales fue Boris Grushenko. Pero ya estaba cogido. Incluso Borisgrushenko72, que hubiera sido lo propio dada mi fecha de nacimiento. La gente estuvo muy avispada en los comienzos de internet y se llevó todo lo que merecía la pena del expositor. Arramblaron con los mitos del cine y con los iconos del pop, y a los demás nos dejaron el recurso de inventarnos paridas muy personales y muy poco llamativas. A partir de ahí nos tomaron mucha ventaja para llamar la atención y dominar el mundo y aún no hemos sido capaces de recuperarla. 

Con Boris Grushenko me une la cobardía infinita y la gafapasta secular. Yo mido veinte centímetros más que él y vivo justo en la otra punta de Europa, pero son detalles bobos y secundarios. Boris y yo somos dos partículas cuánticas entrelazadas. Muy hermanadas. Enfangados en una batalla sangrienta, los dos nos esconderíamos detrás de un árbol a ver si pasa la marea. Si a Boris le importaba un rábano que Napoleón invadiera su patria rusa -es más, lo prefería, porque con Napoleón venía la cultura y el refinamiento- a mí también me importa un pimiento que nos invadan, qué sé yo, los mismos franceses, o los suecos. Ojalá viniera el ejército sueco a poner un poco de orden y a relanzar la Agencia Tributaria... Yo sería el primero en aplaudir a las soldados suecas desfilando por la Gran Vía.

Boris Grushenko es medio bobo, medio listo, muy torpe cuando comparece en sociedad. Un tipo más bien feo y desaliñado. En todo eso me veo muy reflejado. A los dos nos pueden los nervios y las ganas de gustar. Y claro: nos bloqueamos. Nos acomplejamos ante los hombres y nos derretimos ante las mujeres. Nos traiciona el intestino.  Si yo hubiera tenido una prima como la de Boris también hubiera metido la pata hasta el corvejón, saltándome los avisos de la genética y los preceptos de la moral.


Frasacas:

 Boris: “El sexo sin amor es una experiencia vacía. Pero como experiencia vacía es una de las mejores.

Sonja: ¡Claro que hay un Dios! ¡Estamos hechos a su imagen!

Boris: ¿Crees que yo estoy hecho a imagen de Dios? ¿Crees que Él lleva gafas?





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Golpe de suerte

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En verdad ha sido un golpe de suerte que Woody Allen ya no ruede sus películas en Estados Unidos. A los admiradores nos ha venido de puta madre que por un lado los puritanos del Mayflower ya no quieran financiárselas y por otro él se encuentre tan a gusto en el Viejo Continente. Aquí, entre la gente civilizada, además de encontrar productores para sus ideas y un apartamento de la hostia en el centro de París, Woody Allen ha encontrado una sociedad que salvo las cuatro podemitas que quieren cortarle la polla y colgarla luego de la torre Eiffel no acaba de tomarse muy en serio lo de su causa judicial.

Digo esto del golpe de suerte porque nuestro hermano Konigsberg -y que quede entre nosotros, por favor- ya ha entrado un poco en la chochera, y repite mucho sus argumentos de antaño, casi diálogos exactos, y ya sólo faltaba que sus últimas películas transcurrieran en Manhattan para que el déjà vu fuera preocupante y nos hiciera rajar un poco de él en las tertulias. Y eso sería lo último, y además muy desagradable.  

“Golpe de suerte”, por ejemplo, es una mezcla al fifty/fifty entre “Match Point” y “Delitos y faltas”, pero como está rodada en París -¡y cómo retrata Woody Allen los otoños de París!- nos entretenemos mucho con los paisajes urbanos y con los interiores de las casas donde viven los burgueses. Yo, por ejemplo, que estuve el verano pasado por allí -un poco como Paco Martínez Soria pateando los Campos Elíseos- he detenido de vez en cuando la película para buscar las localizaciones en el Google Maps, lo que por una parte me alejaba de la trama pero por otra me hacía sentir un parisino más, uno honoris causa, y me hacía regresar a la película implicado del todo, con fuerzas renovadas, como un figurante más de los que rondaban por las escenas.

También es verdad que cuando la actriz principal es guapa de romperse -guapa chic, muy francesa, perfecta para anuncios de colonias- uno también se muestra más paciente y más comprensivo con las lagunas argumentales, y con las pesadeces ya un poco cebolléticas del abuelo. 




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American Fiction

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Ahora que llega el buen tiempo y que la gente pasea sus libros por parques y terrazas, vuelvo a constatar que nueve de cada diez lectores no son tales, sino lectoras. Los hombres ya no leen, o solo leen en la intimidad, como cuando Aznar leía en catalán para hacerse político de provecho. 

Los hombres han aprendido que leyendo no se conquista a ninguna mujer y han optado por otros anzuelos más eficaces. Lo de buscar pareja con un libro abierto es una táctica ya casi decimonónica, de cuando un hombre capaz de entender dos párrafos seguidos demostraba un mínimo de inteligencia y podía aspirar a un buen puesto en la administración. Pero ahora que los analfabetos han tomado el poder la cultura está muy mal vista, y los gafosos hemos caído al penúltimo puesto en la cadena alimentaria. 

(Y además era mentira: si repasamos el mito cinematográfico del hombre lector que atraía las miradas mujeriles, descubrimos que solo triunfaban los que ya eran guapos de natura, y que el libro solo era la guinda de un pastel muy apetitoso de por sí). 

Quiero decir que a los juntaletras aspiracionales y a los autopublicados miserables no nos queda otro remedio que escribir novelas que gusten a las mujeres si queremos que las editoriales nos hagan caso y nos saquen de excursión, como los hermanos escolapios, a firmar libros por ahí, y a pasar noches de hotel fuera de nuestra aldea. El sueño de seductor de plantarte en Málaga o en Logroño y conocer a una admiradora que se pirra por tus huesos literarios. ¿Pero qué les gusta a las mujeres, ay? Son tan distintas, y tan contradictorias... ¿Por dónde empezar esta farsa, esta venta del alma en oferta a un editor?

Y no: no se me ha ido la olla. “American Fiction” va de un escritor que desearía tener éxito con lo suyo, con sus pedradas académicas, lejos del mainstream de la “literatura negra”, pero que ante la falta de monetario se traiciona a sí mismo y escribe una castaña pilonga para consumo de las masas. Motherfucker y tal... El fracaso le condenaba al anonimato pero le dejaba dormir en paz. Ahora el éxito le llena la cuenta bancaria pero le condena al insomnio. Es lo malo de nacer con escrúpulos.





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La diplomática. Temporada 1

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¿Se puede hacer una serie sobre una mujer empoderada, lista como ella sola, sin que los hombres que pululan a su alrededor sean unos machistas, unos gilipollas y unos violadores en acto o en potencia? Pues sí, se puede. Yes, we can. “La diplomática” así lo demuestra. Que aprendan Issa López y Greta Gerwig. Los hombres estamos de enhorabuena. Gracias, Deborah Cahn, gracias de verdad. No sabes lo que esto significa para nosotros... Tú vienes de una escuela televisiva que hace productos cojonudos y no pasarratos para pre-marujas, y eso nota. Antes no lo sabía, pero ahora ya sé que “Homeland” y “El ala oeste de la Casa Blanca” adornan tu currículum. Son palabras mayores. 

Gracias, también, al amigo de León que me recomendó ver "La diplomática". Se prodiga poco, pero joder, es que lo clava. De todos modos, cabronazo, esto no es una miniserie como me dijiste, sino la primera temporada de un culebrón que ya se avecina. No se cierra la trama, y si lo llego a saber no vengo. La vida es corta y la mies es mucha. Pero no nos pongamos tristes, cachis la mar, ahora que hemos encontrado una ficción en la que hombres y mujeres compiten por igual en poderes y en maldades. ¡Albricias y zapatetas!

Nuestra diplomática en cuestión es la embajadora de Estados Unidos en el Reino Unido. Pero lo es muy a su pesar, porque ella preferiría estar en Kabul, o en Islamadad, dándole caña a esos talibanes que son -ellos sí- la pura escoria del género machirulo. Pero Washington tiene planes para ella, y ella, ante todo, es un soldado que se debe a la patria. Faltaría más. 

Mientras tanto, de reojo, tiene que vigilar a su marido, que también fue embajador de las zonas calientes y que es un liante de primera que no sabe resignarse a su papel de primera dama en la embajada. Pero está tan bueno, y hace cosas tan gentiles en la cama, que nuestra diplomática pierde el oremus llegadas las doce de cada noche, como una cenicienta a la inversa, todo inteligencia durante el día y pura irracionalidad durante la noche. Mujeres, hombres, talones de Aquiles y de Aquilas... Es todo lo mismo.




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La zona de interés

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Los hijos de puta, al no ser capaces de clonarse a sí mismos como las bacterias, necesitan la reproducción sexual para dejar en el mundo sus genes de la hijaputez. Parece una obviedad, pero a veces se nos olvida. Los psicópatas como Rudolf Hoss ya se habrían extinguido en tiempos del australopiteco si no hubieran encontrado australopitecas fascinadas por su falta de escrúpulos y por su cachiporra último modelo, recién importada de Atapuerca. 

Y viceversa, claro. Si Rudolf Hoss encontró una pareja sexual que se sacude las cenizas de los judíos como quien se sacude los pelos del perrete, ella, la tal Hedwig Hensel, también encontró su espermatozoide ideal en un sádico que ascendió dentro de las SS gracias a su eficacia funcionarial. Dios los cría y ellos se juntan.

Digo esto porque me parece injusto que Rudolf Hoss fuera ahorcado en 1947 -justo al lado de su chalet de tres pisos con vistas al crematorio- y que a su señora, tan enamorada de él que le delató para no verse deportada a Siberia, se le permitiera afincarse en Norteamérica para morir plácidamente en 1989. Decía mi abuela que tanto peca el que mata como el que tira de la pata. Rudolf y Hedwig (que son pareja, residentes en Auschwitz y han venido al “Un, dos, tres” para conseguir unas dobles ventanas que les aíslen del ruido de la factoría y de los gritos del vecindario) son el mismo monstruo moral que yo no acierto a distinguir. 

La escena más terrible de la película es ésa en la que Hedwig, enfadada con su criada judía porque le ha puesto la taza torcida sobre la mesa, le suelta:

- Podría hacer que mi esposo esparza tus cenizas en los campos de Babice. 

Como diciendo: si al final destinan a Rudolf a otro lugar, yo misma podría encargarme del holocausto mientras viene el sustituto de Berlín.


(Se me ocurre un remake a la española de "La zona de interés": la presidenta fascistoide de una comunidad autónoma vive en un piso de lujo frente a una residencia de ancianos bloqueada, en tiempos del COVID).




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Sala de profesores

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Los profesores -y las profesoras, sí- somos la última mierda del Credo. Nunca supe cuál era la última mierda del Credo, pero da igual: eso somos. Dentro de la comunidad educativa, desde luego, hemos descendido al último puesto del escalafón. Somos los gammas del sistema. Actores -y actrices, sí- secundarios. Terciarios incluso. Cuaternarios como trogloditas. 

Ya no pintamos nada. La falsa progresía nos fue despojando de la autoridad hasta reducirnos a meros comparsas. En eso, me cagüen la puta, siempre tuvieron razón los reaccionarios. Y las reaccionarias, sí. Hemos pasado de enseñar a cuidar, de guiar a pastorear, de inculcar a obedecer. Ya nadie nos respeta ni nos hace ni puto caso. Nos hemos convertido en monitores de tiempo libre. Con vacaciones muy largas y sueldo fijo, eso sí. Pero monitores. Aparcaniños. Gorrillas con título universitario. Hemos perdido el aura de antaño. Ahora los valores los transmite la tele, y los conocimientos internet. Sobramos. Y en caso de duda, los padres -y las madres, sí- imponen su letanía. 

La escuela ya es el hogar extendido. El universo expandido. Los hogares son cada vez más pequeños en metros cuadrados, pero han creado colonias más allá de sus fronteras. Las leyes educativas nos obligaron a bajar los puentes levadizos. Tuvimos que rendirnos. Los profesores -y profesoras, sí- somos ciudad reducida y ejército conquistado. Vasallos que dicen amén para sobrevivir. Súbditos de clase media. Y los chavales -y las chavalas, sí- lo saben. No son tontos. Pueden sacar mejores o peores notas, pero no son tontos. Eso es otra cosa... Huelen nuestra debilidad y campan por sus respetos. Se han hecho fuertes y patrullan el fortín.

Gracias a los roussonianos de buen corazón -como esta gilipollas de la película- nos hemos degradado a canguros, a cuidadores, a veces a payasos. Los colegios son centros de día, ludotecas con libros, campamentos para invernar. Pero ya digo que también nos lo tenemos merecido: aquí cualquier cenutrio -y cenutria, sí- aprueba una oposición. Fallan los filtros. O los joden adrede desde arriba. Hay una planificación malvada en todo esto. Tampoco se nos escapa.



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