Nuestros hijos no nos
deben nada. Nadie les pidió su opinión para concertar esta cita con la vida. Fuimos
nosotros, y no ellos, los que dimos el gran paso. Y ya sé que a nosotros nos enredó
el instinto o la necesidad...
Nuestros hijos viven su
propia existencia y son muy dueños de querernos o de no hacerlo. De darnos las
gracias o de ignorarnos cuando proceda. La vida que les hemos insuflado puede ser un
regalo, pero también una putada, y nunca vamos a estar seguros del todo. Así
que es mejor no entrometerse en sus querencias. No forzarlas. El orgullo de ser
padre es una suprema tontería, una gilipollez emanada del ego. Quererlos es un
propósito instintivo y no tiene mérito ninguno. Hasta el más tonto hace relojes
con esto, y por eso, porque ser padre es algo gratuito y universal, el amor de
los padres no vale nada y puede ser devuelto con una carta de rechazo.
Quizá por eso, porque su amor no viene
condicionado y es libre y voluntario, cuando un hijo expresa su cariño es como
si la vida nos sonriera y nos sintiéramos infinitamente compensados.
En “Días de pesca”, Marco
Tucci es un alcohólico en rehabilitación al que le han recomendado que salga de
Buenos Aires para tomar el fresco. Sin rumbo fijo, vagando por la Patagonia,
decide ir a ver a su hija Ana, a la que hace dos años que no ve. Entre ellos
hay un resquemor y una distancia. Un reproche implícito -y a veces explícito- sobre
su conducta bochornosa en los tiempos del alcoholismo. Entre padre e hija hay
más de una Patagonia de separación
Para no presentarse ante
ella desnudo de intenciones, Marco Tucci finge interesarse por la pesca
turística del tiburón, que es de lo poco que puede practicarse en aquellos
parajes desolados. O es eso, o darse a la geología, o a la meditación profunda
sobre uno mismo, mirando al horizonte infinito, cosa que Marco Tucci no tiene
ni puta gana de practicar. Él ha ido a pescar un perdón, un gesto, un acercamiento.
Un indicio de que su hija aún no ha roto del todo las amarras. De que los
nubarrones del alcoholismo no borraron el tiempo feliz de los juegos y las
nanas.
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