Alien: Covenant

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Esta saga de los humanos enfrentados a los xenomorfos ya no tiene grandes cosas que contar. No, al menos, en el terreno de la biología, porque según se nos ha desvelado en Alien: Covenant, fue el androide David, metido a doctor Mengele del espacio exterior, insuflado de una megalomanía creadora que eran dos cables pelados de su ciberorganismo, el que creó los huevos que esperaban la llegada de la nave Nostromo en aquel planeta perdido. Habrá que olvidarse, por tanto, de la reina ponedora a la que Ripley chamuscaba con su lanzallamas en Aliens: el regreso. No quisiera uno entrar en debates absurdos sobre si fue primero la gallina alien o el huevo que alumbraba al octópodo. Que sean otros los que aclaren la cuestión en foros más entendidos.



    Sucede, además, para desilusión de este niño grande que siempre ha sido fiel seguidor de la saga -infatigable espectador, y proselitista entre sus allegados- que la fórmula que vertebra las últimas películas ya se repite hasta el bostezo. Si El despertar de la Fuerza nos dejó aliquebrados con la original reconstrucción de la Estrella de la Muerte, Alien: Covenant nos vuelve a dar más de lo mismo. Todo está muy bien hecho, bien rodado, porque hay grandes dineros que sustentan el proyecto y gente muy capaz a ambos lados de las cámaras. La profesionalidad y la eficacia de Ridley Scott y compañía están fuera de discusión. Pero uno tiene la sensación molesta de que en realidad, travestido de naves espaciales y de cascos astronáuticos, le están vendiendo un cine diseñado para adolescentes que anticipan el susto, lo viven con emoción, y en la recomposición del cuerpo y del espíritu aprovechan para pillar cacho en la platea o en el sofá. Y que los adultos, mientras tanto, que ya no tenemos nada a lo que agarrarnos, vapuleados por el trabajo y por la vida, vamos transcurriendo por Alien: Covenant sin que nada de lo que se apuntaba en Prometheus tenga una respuesta satisfactoria. ¿El origen de la humanidad? ¿El castigo de nuestros creadores? ¿El tipo aquél que se suicidaba al inicio de Prometheus para insuflar vida en las aguas? ¿Y quién creó a los creadores? ¿Habrá que desempolvar los viejos argumentos de Santo Tomás de Aquino? ¿Servirá todo esto, al menos, para reavivar las viejas discusiones filosóficas?




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