Siete ocasiones

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Jimmy es un hombre feúcho, delgado, sin media hostia que ofrecer, que además está a punto de perder su negocio de agente bursátil. Todas la mujeres le ignoran salvo Mary, que siente por él un amor callado y nunca declarado. Uno que es correspondido por Jimmy de la misma manera: también callado y nunca declarado.

    Pero Jimmy, después de todo, es un tipo con suerte. Una mañana recibe la noticia de que su abuelo moribundo -que se ha dedicado toda su vida a robar las plusvalías- le ha legado siete millones de dólares. De los de 1925, además. Pero el abuelo, que es un tipo desconfiado y conservador, ha impuesto una condición para que el nieto no derroche la herencia en mujeres y parrandas: deberá casarse antes de las siete de la tarde del día en que cumpla veintisiete años, y emplear ese dinero en crear un hogar y en criar una prole. En perpetuar el apellido, en definitiva. No parece un asunto tan grave, lo de casarse, pero ese día señalado en el testamento es, justamente, el mismo en que Jimmy recibe la noticia...

    A partir de ahí se desarrolla la trama loca de Siete ocasiones, que es una obra maestra de Buster Keaton que no conoce el óxido ni la mugre. Media hora después de que los chavales repartan la edición vespertina del periódico, con el anuncio de la propuesta en la portada, hordas de mujeres vestidas de novia perseguirán a Jimmy por las calles disputándose su atención, sus ropas, sus besos, como si fuera una estrella del rock and roll. Jimmy no ha cambiado en absoluto, pero las mujeres ya lo ven de otra manera. La moraleja es evidente, y un tanto misógina quizá. Nadie se atrevería hoy en día a rodar un película donde mil mujeres alocadas persiguen al rico heredero por avenidas y barrancos. O la contrapuesta: una película donde mil hombres persiguieran a la diosa del porno que les ha prometido locuras en la cama a cambio de contraer matrimonio. Lo que vendría a ser el contrapunto masculino, el reverso de la trama. La cara B de nuestra superficialidad en asuntos sexuales. Es un debate abierto en el que no voy a entrar. Aún tengo ampollas de la otra escaldadura.



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