El sueño del mono loco

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Tres años después de haberse deconstruido en mosca viscosa y de afear el orgullo al señor Hammond en Jurassic Park, Jeff Goldblum trabajó para Fernando Trueba en una insólita componenda internacional titulada El sueño del mono loco, con productores franceses, actores ingleses y dobladores españoles que no siempre aciertan con la sincronización. 

El personaje de Jeff Goldblum escribe guiones con pedigrí en la bella y lluviosa París. Tiene un piso del copón, una esposa complaciente y un hijo rubísimo que podría anunciar cualquier producto infantil en la televisión. Es la existencia feliz del homínido que tiene el cerebro y la polla trabajando en el mismo sitio, y velando por los mismos intereses. Durante el día, Goldblum escribe, juega con su hijo, sale de copas con los colegas; de noche, en el remanso del creador, en el reposo del juntaletras, encuentra la paz en una cama que está en el mismo piso donde vive, sin mentiras ni conflictos.

    Pero de pronto, ay, llega la maldición del hombre inteligente y atractivo. La disociación mente/genitales que es la principal dolencia que sufre esta especie tan altiva. La lucha desgarradora que esos hombres experimentan como un par de fuerzas opuestas: una que tira hacia abajo como la gravedad y otra que tira hacia arriba como la inercia. Una tensión que en los casos más graves puede partirles en dos, como despedazados por un monstruo con tentáculos. Los hombres feos y grises, intrascendentes, sólo sabemos de estas cosas por el cine, y por la literatura, porque nuestro deseo nunca se vio correspondido por las gallinas más coloridas de los corrales, y aprendimos muy pronto, desde la adolescencia misma, a no andarnos con hostias y a conformarnos con lo que Eros pusiera en nuestro camino, complacidos y sonrientes. Aún así, no somos tan estultos, ni tan autistas, para no ponernos en la piel desconsolada del pobre Jeff, que pone en riesgo su felicidad por acariciar el cuerpo de esa nínfula que le han puesto de cebo para que diga a todo que sí, que amén, que lo que vosotros digáis, en esa película sin pies ni cabeza que es El sueño del mono loco, la película dentro de la película. 

Ella, la actriz, se llama Liza Walker, y poco más se supo de ella tras su paso por nuestro deseo. Hizo varias series olvidables, se casó con un rapero de Bristol y regresó al universo recóndito de las bellezas inalcanzables. Qué suertudo, el artista, y qué huérfanos, nosotros.



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