Purple Rain

🌟

Prince, que iba veinte años por delante con su música, se nos murió veinte años por detrás. Se pasó con las ingestas, como tantos otros, y nos dejó con el gesto de tristeza y la nostalgia de la adolescencia. Qué manía tienen estos genios de morirse antes de tiempo... Las personas improductivas caminamos con más cuidado hacia la muerte, más o menos rectilíneos por las carreteras, pero los genios siguen trayectorias perpendiculares, cruzadas, más bien locas, como los  gatos trastornados. Y así, sin respetar tránsitos ni señales, van dando tumbos contra los arcenes, y contra los guardarraíles. Y algunos, como Prince, se quedan en el camino. O como el artista anteriormente conocido como Prince, que ya no sé muy bien por dónde andábamos, la verdad sea dicha...


    Purple Rain -y con esto no descubro gran cosa- ni siquiera es una película. Es un vehículo de promoción. Un videoclip alargado. Un autobombo que la Warner Bros. le sufragó a Prince para luego vender discos como churros.  O cintas de casete, como la que yo tenía en mi adolescencia de León, tan lejos de los contoneos lúbricos y de las propuestas sexuales. El guión de Purple Rain es de vergüenza ajena. Prince no es un actor. Y los que pululan a su alrededor, salvo la guapísima Apollonia Kotero, dicen en el making off que tampoco. Purple Rain es un despropósito general y lamentable. Risible, en algunos momentos. Sólo cuando Prince ataca The beautiful ones siento que me embarga la emoción, porque esa canción la sentía muy mía en los calabazares de Léon, cuando me enamoraba perdidamente y la chavala respondía que tenía mejores candidatos... Pero es poco, muy poco, The beautiful ones, para soportar tanta tontería. Tanta complacencia en el propio y minúsculo ombligo de Prince, que aquí se agiganta hasta ocupar el volumen completo del sistema solar.

     Pero al fin, allá por la hora y veinte de metraje, llega Purple Rain, la canción, y todos los pecados del Prince actor - o lo que sea- quedan perdonados. Ego te absolvo, hijo mío, porque Purple Rain se convierte en un remanso del espíritu. Una balada desgarradora que habla de ese limbo indefinible entre el amor y el desamor, entre el vete y el ven, entre quiero acostarme contigo y ojalá no te hubiera conocido. Nadie ha sabido explicar todavía si la lluvia púrpura era un reflejo de los neones o una guarrada de la mente calenturienta.



No hay comentarios:

Publicar un comentario