Woody Allen: el documental

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No debería haber visto Woody Allen: el documental. El amor fraterno que siento por este fulano me ha hecho caer en este pozo sin fondo de su biografía enjundiosa, de su filmografía ejemplar. En las tres horas que dura el documento voy haciendo un repaso mental de las películas que he visto o que he dejado de ver. De las que un día almacené en mi videoteca porque me regalaron una enseñanza o una sonrisa. De las que, entretenidas sin más, fracasaron en esta durísima oposición que es obtener plaza en mi estantería, tan rarito y maniático como soy. 

Y así, enredado en estas memorias, ha vuelto, después de varios meses de calma, el ansia viva que tanto predicaba José Mota. La pulsión neurótica de revisar la filmografía completa de Woody Allen, película a película, diálogo a diálogo. A modo de homenaje, de exégesis, de machada fílmica que establezca un nuevo récord cinéfilo en la comarca, que sólo yo iba a reconocer, y a aplaudir. Una locura parecida a las que perpetré en la juventud, cuando el tiempo parecía infinito, y el culo estaba forjado de una musculatura resistente que aguantaba las grandes sentadas. Ahora ya no tengo edad, ni paciencia, y el culo es una fofería de grasas dispersas, como los lagos de Finlandia, que ya no resiste los maratones, ni casi las carreras de cien metros. Me obsesiona esta idea de programar un gran ciclo de Woody Allen que me ocupe desde aquí hasta el verano, sólo interrumpido por las urgencias ineludibles del canal de pago, y por los partidos de fútbol ungidos en sacramento. Sé que no lo haré; que quizá, como mucho, emprenda un repaso de la filmografía selecta, o de las películas olvidadas. Pero me tienta, me seduce la idea, y en los minutos pares vuelvo a soñar que soy el jovencito inquieto que todo se lo merendaba, y que navegaba feliz por los mares interminables del tiempo...




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