Matrix

🌟🌟🌟🌟

La primera vez que vi Matrix pensé -sin mucho mérito intelectual por mi parte- que estaba viendo una adaptación moderna de los Evangelios. Neo vendría a ser la segunda encarnación del Hijo, el Mesías señalado por Morfeo el Bautista, para salvar a los hombres de su infausto destino. Pero esta vez no habría venido para redimirnos del pecado,  porque ésa es tarea que los siglos han revelado inalcanzable, incluso para un dios tan poderoso, sino para librarnos de la tiranía de las máquinas, hijas evolutivas de la raza humana, nietas de aquellos monos que hace millones de años se rascaban las pulgas subidos en los árboles.

    Neo, como Jesús de Nazaret, es al principio un hombre dubitativo y confuso, que sospecha, pero no termina de aceptar, el motivo trascendental de su muy altísima misión en la Tierra. O más bien en lo poco que ha quedado de ella, tras la guerra sin cuartel contra la Inteligencia Artificial. Neo sufrirá la traición de un discípulo que lo conducirá a la muerte. Neo resucitará gracias a la fuerza del amor. Redivivo, multiplicará por cien sus anteriores poderes, y se pasará las leyes de la física por el forro de sus asuntos, estirando la materia, falseando la gravedad, ralentizando o acelerando el tiempo a su antojo... Un nuevo superhéroe saltarín y kungfunesco, que ya no resucita muertos ni convierte el agua en vino, pero al que le bastan sus habilidades más modestas para zurrarles la badana a los antivirus con gafas de sol.


            La segunda vez que uno vio Matrix descubrió, en un segundo plano de lectura más laico y más científico, más acorde con la mentalidad ilustrada que nos anima a ver la ciencia-ficción, una ingeniosa explicación a los desajustes de la realidad que todos hemos experimentado alguna vez. Los déjà vu tan vívidos e inexplicables que los neurólogos despachan como una simple disfunción temporal de la memoria, y que nosotros, por aquello del afán de trascendencia, creemos verdaderos episodios de premonición. O de retromonición, más bien. Esos sueños tan reales y tan sentidos que luego uno, ya indudablemente despierto, se pasa horas tratando de desenredar de la realidad, tan entrelazados con ella, y tan parecidos a lo que uno experimenta en la vigilia.  Esas corazonadas que todos hemos tenido alguna vez, como magos mentalistas de los que salen en la tele, previendo acontecimientos y desenlaces que al poco tiempo se cumplían con detalle. 

    Hay veces que la realidad, casi siempre monolítica y previsible, se vuelve flexible e inestable, como si las paredes perdieran consistencia, y empezaran a derretirse. Como se derrite ese espejo cuando Neo lo toca con sus dedos timoratos, iniciado ya en el secreto de la mentira mayúscula de Matrix. 






No hay comentarios:

Publicar un comentario